Divertite, Facundo

Historia de Facundo Conte, el símbolo de la Selección de vóley.

Hola, ¿cómo estamos?

Perdón por interrumpirte un miércoles. Pasa que me desperté ayer a las cinco de la mañana a ver a la Selección de vóley y todavía tengo una manija que no puedo parar. No sé cómo explicarte qué me pasa últimamente con el deporte argentino, pero hay una pasión que no sé cómo contener.

Si ya te metiste en el flash del vóley, esta historia es la de Facundo Conte. 

Si no lo sentiste todavía ojalá este texto sirva para que mañana canceles todo lo que tengas que hacer y te pongas a ver esta tremenda semifinal.

Divertite, Facundo

Entraba en silencio. En su cabeza, sonaba la melodía que el argentino Lalo Schifrin compuso para la película Misión Imposible. Abría el cajón de vidrio. Sacaba la medalla. Se la colgaba. Se disfrazaba de bronce. No jugaba a ser un Power Ranger como otros nenes. Era Hugo Conte. Tan bello es su recuerdo que lo escribió en el libro Pelota de Papel 4. Su papá se había vuelto tan eterno como el metal un año antes de que él naciera. En los Juegos Olímpicos de Seúl 88, el vóley argentino había vencido en el quinto set a Brasil. Su estadio Azteca tenía forma de tercer puesto. Un mito. Tan denso que el capitán Luciano De Cecco lo desahogó hace tres años: “Tendremos que vivir bajo esa sombra hasta que ganemos algo. Y, si ganamos, lo mismo le pasará a otros”. Cada vez que le preguntaban cómo hacía para ser el hijo de, ensayaba igual: “Supongo que igual que vos con el tuyo”. Pero no. No cualquiera hereda un padre considerado por la Federación Internacional de Vóley como uno de los mejores ocho de la historia. La pista está en el tie break contra Italia. Él se suspende en el aire para sacar y a Hugo se le escapa el mismo abracadabra que le había explicitado antes de la final del Sudamericano Sub 18 de 2008 o de los cuartos de final de Río 2016: “Divertite”.

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Magia: Facundo Conte es tan sólo un chico tratando de ser el mejor del mundo. 

Un año antes de Seúl, Hugo había dejado Ferro para ser contratado por el Pallavolo Catania. Brillaba en sociedad con Waldo Kantor. Habían conquistado la medalla y exportaban su talento a Italia. En 1990, los ficharon del Panini Modena. El armador pasaba por la casa de los Conte para ir a los entrenamientos. Facundo era un niño que lloraba desconsoladamente cuando su papá se iba al trabajo. Se le colgaba de las largas piernas que sostenían el torso de 197 centímetros. Todavía Kantor se pregunta cómo es posible que un chico que sufría tanto ame la razón de aquellas lágrimas.

Argentina se enfrentará mañana a Francia por un lugar en la final. En la otra llave está Brasil. Su levantador se llama Bruninho. Su papá es Bernardinho. Considerado uno de los mejores entrenadores de la historia. Dirigía a Hugo en Modena. Facundo tenía tres y -quizás y ojalá- su posible rival en la final del sábado seis. Ambos progenitores habían asumido la misma estrategia para criar a sus descendientes. Los llevaban. Al costado de la práctica, los niños imitaban los ejercicios. Intentaban un ataque y una defensa. Escribían lo que sería el resto de sus vidas. Hay gestos sobre el amor que no hace falta decir. Compartir la pasión por un juego es una manera de decir te quiero.

Facundo deambuló sus primeros siete años de vida en Italia. Aprendió el idioma. Cosechó las íntimas razones que lo convocaron hace unas semanas a declarar que quería jugar contra ellos. En 1997, aterrizó en Buenos Aires cuando su viejo regresó al club de Caballito. Iba al colegio en el Centro Cultural Italiano de Olivos. Se había criado tano y había elegido los colores celestes y blancos. Su patria era el vóley. Acompañaba a su papá a los entrenamientos y, cuando terminaba, se quedaba peloteando. Aprendía, como un juego, las lecciones de poné las manos así para pegarle. Su mamá, Sonia, voleibolista de la Selección, también le enseñaba. Ambos determinaban una restricción indiscutible. El colegio no se negociaba.

A los 15 años, la rutina era agotadora. Salía del colegio a las 16.15 y a las 16.30 ya estaba entrenándose con la Selección juvenil en el CeNARD. Sus compañeros de equipo eran de todo el país. Vivían en pensiones. Hacían doble turno y escuela. Lo suyo resultaba distinto. Su familia había dispuesto que haría una sola práctica por día porque a la mañana debía ir a clases. La crisis ocurrió cuando no lo dejaron participar de un Mundial juvenil porque ya no le quedaban faltas. La vida no podía ser solo vóley. En 2007, terminó quinto año. Migró a Italia. A ser profesional. Le había quedado colgada Literatura por una docente exigente. Su mamá, cada vez que iba a visitarlo, le llevaba los libros. Esa medalla sí era obligatoria. 

De adolescente quería esconder que era Conte. No por su viejo, con quien tiene una relación entrañable. Pero cada vez que su papá iba a verlo, todos le solicitaban fotos. En su carrera, Hugo tenía la costumbre de quedarse en los estadios hasta que las luces se apagaran. Charlaba con hinchas, con rivales o con quien quisiera un autógrafo. Lo que hace bien a algunos puede lastimar a otros. El problema para Facundo era el berretín de los rivales en sus partidos. Vencer a un miembro de la dinastía constituía un premio extra. La situación edificaba feas actitudes propias y ajenas. “La pasé muy mal cuando arranqué”, todavía blanquea. El Mundial 2002 de vóley se disputaba en Argentina. La Selección era local en el Luna Park. En aquel plantel, su viejo persistía como el único sobreviviente de los olímpicos de Seúl. Una celebridad nivel Videomatch. Demasiada carga para un niño al que todos querían ganarle. El equipo que conducía Carlos Getzelevich cayó en cuartos de final contra Francia. El rival de mañana para las semis.

En 2006, Hugo conquistó su última Liga como jugador. En la celebración, se trepó a la tribuna para abrazarse con su familia. Lo miró a Facundo y se lo propuso en el medio del tumulto: “Si estás listo, la temporada que viene jugamos juntos”. Dijo que sí. No sólo era una propuesta deportiva sino una pura y hermosa demostración del oficio de ser papá: puedo estar ganando y ser la figura, pero estoy pensando en vos. 

Fueron a GEBA. Hugo se retiraría en el club donde había comenzado. Tan ceremonioso que el entrenador era Kantor. Disputaban la segunda categoría. Conquistaron el ascenso. Uno se iba. El otro empezaba. Lo más extraño no era la relación familiar. El instinto que llevaba a dos deportistas de alto rendimiento a decirse en el medio de un partido: “Dale papá que llegás”. 

Los nómades se mueven en manada. Producto de la extrema popularidad que tiene el fútbol en Argentina, los otros deportes suelen repetir apellidos que se trasladan la pasión por un juego determinado. Para llegar más lejos, hacen falta políticas de difusión y de participación. De los gobiernos, de las corporaciones y de los medios, claro, que bastante poco escribimos fuera de Boca y de River. 

El plantel argentino de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 juntaba pibes bajo la condición de familiares de Seúl 88: Nicolás Uriarte -hijo de Jon-, Iván Castellani -hijo de Daniel-, Rodrigo Quiroga -sobrino de Raúl- y Facundo. Conducidos por Javier Weber, también bronce en Corea del Sur. El recambio generacional había comenzado en 2010 de manera exitosa. Haber caído en cuartos de final contra Brasil -medalla de plata- era visto mucho más como un logro que como una derrota. La introducción a una nueva generación no es lo mismo que su nudo.

El desconsuelo arribó después. “Lo que pasó en Río fue un dolor sumamente duro porque el sueño parecía real”, todavía siente Facundo. Argentina había realizado una fase de grupos impresionante. Se había clasificado primera, tras vencer a Rusia, medallista dorado en Londres. La conducción de Julio Velasco ponía la ilusión sobre la mesa. La derrota representó un golpazo. Siendo exactos era toda una vida de ilusiones derrotada: “Me volví loco. Quería ser Superman y ni siquiera pude ser Facundo Conte”.  

La liga italiana siempre fue la NBA de vóley. Por marketing, por historia y por estrellas. Las empresas ponen plata y asocian su nombre a un club. Caso Panini Modena. Facundo formó parte de cinco equipos diferentes de allí. El campeonato de Polonia aumentó su fuerza luego de que el conjunto nacional conquistara el Mundial 2014. El atacante argentino defenderá la próxima temporada los colores del Aluron CMC -comparte plantel con el armador Maximiliano Cavanna- y fue campeón en 2013 con el SKRA Belchatow. Le gustan los estadios llenos, más allá de vivir con un clima bajo cero. Los rusos tienen una enorme tradición y también viajó por esas tierras en el Dynamo Krasnodar. Los brasileños poseen un torneo muy atractivo. Allí Conte pasó por el Taubaté y por el Cruzeiro. Fue conducido por Marcelo Méndez, actual entrenador de Argentina, hípercampeón en suelo hermano. Los chinos son los que mejor pagan. No se lucen demasiado. Cuando después de Río 2016, se mudó al Shangai Golden Age sorprendió muchísimo. Renunció a la Selección Argentina. Muchos pensaron que podía llegar a retirarse del vóley. Solamente necesitaba hacer un lugar en el refugio de sus sueños.

“Fui arrastrándome a China y me costó levantarme”. Facundo se había sentido tan cerca de conquistar una medalla que no podía con el dolor de perder. El mundo se le había venido encima. Escapar del vóley era como escapar de su propia vida. El gobierno chino estaba en guerra con Facebook, no aceptaba WhatsApp y su gente le quedaba lejísimo. “Atesoramos un dolor increíble. Pero aprendemos cuando más nos duele”, reapareció un año después. Su cabeza había dado un vuelco más. Sin convertirse, en Oriente había mamado algunos conceptos del budismo. El dominó lo llevó a un cambio de alimentación. Durante toda su carrera, había confiado en su metabolismo. Ya no iba más. Tenía que cambiar. Un amor le modificó el compromiso. Comenzó a relacionarse con el ambientalismo. Formó parte de campañas para limpiar las playas de Brasil. Arrancó a hablar de Revolución Sostenible. La transformación de su cabeza lo regresó mejor que nunca: “Necesitaba encontrar el nuevo disfrute. En el momento de Río, no estaba preparado para lidiar con esa frustración”. 

Facundo siempre tuvo el talento del atacante. En estos Juegos Olímpicos, se elevaron considerablemente sus números como receptor. Desde 2019 hasta acá, se reencontró con una versión que lo reposiciona como un voleibolista de elite. Es difícil separarlo de su relación con De Cecco. Con el capitán, uno de los mejores armadores del mundo, comparte la Selección hace quince años. Poseen un GPS natural que les permite hallarse con los ojos cerrados. En el último punto contra Italia, de los tres remates argentinos, dos son de Conte y en ambos lo asiste el mágico levantador. 

Cuando le mostraron un video de su papá emocionado tras vencer a Estados Unidos en la fase de grupos, planteó que todavía no podía llorar porque no quería soltar el fuego interno. No logró contener algunas lágrimas cuando superaron a Italia. Argentina arribó tres veces en su historia a una semifinal de vóley en los Juegos Olímpicos. La primera fue Seúl. La segunda, Sidney. La tercera es Tokio. En todas, el número 7 en la espalda era de un Conte. 

No hay ningún caso de un padre y un hijo argentino medallistas olímpicos. La Selección se ganó el derecho a disputar dos partidos para obtener el metal. El furor de los casi veinte puntos de rating en la victoria contra Italia será recordado por mucho tiempo. Los Juegos Olímpicos suelen hacer teoría del derrame en el amor por ciertos deportes. Habrá niños y niñas que estarán anotándose en clubes soñando con ser un Conte. Que el mensaje no se confunda. La herencia es una palabra. Divertite.

 Pizza post cancha

  • Manu Calabró, Nico Ortemín y Hernán Falabella son enormes periodistas. Especialistas en vóley. Un deporte que aman. Armaron Desvelados, un programa que mezcla actualidad y análisis. Siempre salen por Twitch cuando finalizan los partidos. El jueves, post Francia, la manija va a ser muy grande. Si estás buscando quién te contenga, es por acá.
  • Salió No me corten el pie, un librazo de Juan Manuel Herbella. Son historias médicas de dolores y de superaciones de futbolistas. El título remite a la tremenda historia de Patricio Toranzo. No se van a arrepentir.
  • Alejandro Duchini tiene una prosa de las que más me gustan en el periodismo. Escribió Mi Diego, una obra sobre crónicas sentimentales sobre Maradona.

Esto fue todo.

Cenital siempre te necesita.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.