Economía popular: quiénes son y cómo se organizan estos trabajadores inclasificables

El 18% de las personas activas se encuadran dentro de esta categoría. Se autoemplean, no tienen derechos básicos, pero aún así garantizan sus trabajos ante la falta de un mercado laboral que los contenga.

Hola, ¿cómo estás? Hace algunas semanas hablamos de los cambios propuestos en el mega DNU sobre el mercado laboral y, en otra entrega, sobre el proceso de desindustrialización que atravesó nuestro país. Hoy vamos a cerrar el círculo a partir del análisis de la economía popular (EP). 

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Saber pescar, pero no tener la caña   

El de hoy no es un sector cualquiera. Quizás tampoco deberíamos considerarlo como uno siquiera, ya que es una variedad de actividades distintas que comparten algunas características. Sin embargo, en la agenda pública se los suele homologar dentro de la categoría de EP, así que vamos a mantener esa forma. 

Pese a que no existe una sola definición para el fenómeno, podemos decir que pertenecen a ella aquellos trabajadores que realizan sus trabajos por cuenta propia, en experiencias autogestivas, con medios de producción propios, en condiciones precarias de empleo y sin acceso a derechos laborales básicos. Es decir, gente que no tiene patrón, sino que se autoemplea y tiene las herramientas para llevar adelante su trabajo. Esto incluye: feriantes, recicladores urbanos, cooperativas de producción, emprendimientos alimenticios, comercios populares, y tantísimas otras cosas. Acá podés chusmear cuáles son las principales actividades. 

Todas tienen algo en común: valor comercial. Sin embargo, la EP no termina ahí. Según el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (ReNaTEP), en junio de 2022, el 27,7% de los inscriptos realizaban tareas vinculadas a servicios socio comunitarios. De estos, el 64,8% estaban ocupados en comedores y merenderos comunitarios. 

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¿Qué ocurre con esto? Quizás fuiste alguna vez a un comedor o algún espacio de cuidado comunitario, pero si no lo hiciste creeme lo siguiente: es indudable el enorme trabajo que esas tareas representan. Cocinar para muchísima gente, con pocos recursos, de forma diaria y sostener los espacios donde esto se realiza -que en muchos casos coincide con las propias viviendas de quienes trabajan en los comedores- es una tarea abismal. Pero, al no ser algo que pase por el mercado ni ser algo que se venda, es muy difícil indicar su valor. 

Estas tareas sirven como una estrategia de supervivencia de los sectores excluidos de nuestra economía. Es decir, pese a su característica no monetaria, crean un valor social, no solo hacia dentro de las comunidades que transitan estas experiencias, sino que también al conjunto de la sociedad, ya que frenan en parte esas situaciones de exclusión y el avance de otras formas delictivas de garantizar los ingresos.  

A su vez, los trabajadores de la EP pueden delegar las tareas de cuidado de sus propios hijos en estos espacios durante sus horarios laborales. Si te interesa el tema, te recomiendo este artículo de Julieta Campana, donde analiza las formas en las que se garantiza el cuidado comunitario y narra algunas experiencias organizativas como las del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). 

Ahora bien, si un trabajo no tiene valor comercial, ¿cómo se garantiza la vida de quienes lo sostienen?. En este caso, uno de los ingresos que tienen las trabajadoras –el 63% son mujeres– de los espacios de cuidado y de alimentación es el Potenciar Trabajo. Básicamente es un complemento salarial que otorga el Estado a quienes se desempeñen en determinadas tareas. Y en el caso de las tareas sociocomunitarias, también sirve como un mecanismo de ahorro por parte del Estado para garantizar la supervivencia de la población, sin la necesidad de asumir la responsabilidad sobre la creación de puestos de trabajo formales ni de espacios de cuidado, que supondrían un costo mucho mayor. Es decir, se trata de una terciarización del Estado a las comunidades para resolver el bienestar de las familias más vulnerables.

Desde lejos sí se ve 

En resumen, la EP se compone de trabajadores cuentapropistas no profesionales que realizan sus tareas en condiciones de cierta precariedad y son dueños de sus medios de producción o realizan tareas sociocomunitarias. Pero, ¿cuántos son? ¿qué hacen? Pongamos un poco de contexto. 

Según el Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas (OCEPP), hacia fines de 2022 la EP abarcaba a 4 millones de personas, de los cuales 2,2 millones no se encontraban registrados -ni siquiera en el monotributo social de AFIP ni otros registros-. Para ese año, el INDEC calculó un total de 22 millones de trabajadores, de los cuales casi 11 millones fueron asalariados registrados –34% de ellos del sector público–, 5.3 millones asalariados no registrados y 5.6 millones no asalariados. Es decir, considerando los cálculos del OCEPP, el 18% de los trabajadores pertenecen a la EP. Para que te des una idea, es equiparable a la totalidad de puestos de trabajo del comercio en el país.  

Como te comenté al principio, gran parte de estos trabajos surgen a raíz de la imposibilidad de insertarse en la nueva dinámica laboral post proceso de desindustrialización. Eso quiere decir que hay una dependencia entre el volumen del resto del empleo y la EP (aunque no siempre es tan lineal). Por lo tanto, si sube mucho el empleo asalariado registrado, baja el cuentapropismo informal. Esto puede verse en el informe que te mencionaba recién. En 2003, cuando se comenzó a salir de la crisis del 2001, aproximadamente el 17% de la Población Económicamente Activa (PEA) participaba de la EP. Hacia 2012, luego de un proceso de creación de puestos de trabajo formales que llevaron la cantidad de asalariados en el sector privado de 3.7 a 6.4 millones, el peso de la EP bajó hasta el 15%. Luego, acompañado de la falta de crecimiento de la economía, este indicador fue creciendo continuamente hasta alcanzar el 20% a fines de 2022. 

Me dirás que es obvio este movimiento, más trabajo formal se traduce en menos trabajo informal. Pero no, no es obvio. Puede ocurrir –y de hecho ocurre– que pese a crecer el empleo formal, la cantidad de personas que buscan trabajo y las que se emplean en la informalidad crezca. ¿Cuándo ocurre algo así? Por lo general, en los procesos de deterioro del salario real de los trabajadores. Si más gente sale a hacer changas para complementar el ingreso familiar y esta gente no puede ser absorbida por el mercado formal… crece la informalidad y el empleo cuentapropista. 

Ahora bien, qué es lo que hacen los trabajadores de la EP. Si bien el ReNaTEP no abarca a toda esta población, nos da una buena radiografía. La mayor parte realizan tareas de servicios personales – doméstico y de limpieza– y otros tipos de oficios –cocina, jardinería, peluquería–, le siguen los servicios comunitarios que te comentaba previamente, el comercio, la construcción y la agricultura. 

Como verás, hay de todo tipo de trabajos dentro de la EP. Algunas de estas actividades pueden analizarse desde categorías tradicionales de la economía como la productividad. Pablo Audero, economista con experiencia en el sector, me planteó que se trata de un ámbito laboral sumamente heterogéneo. Algunos emprendimientos y cooperativas logran alcanzar estándares de productividad similares o mayores que empresas pequeñas y microemprendimientos privados, mientras que otras experiencias han tenido muchas más dificultades para mejorar sus producción y forma de trabajo. 

En este sentido, sostiene que el mayor inconveniente en muchos casos –y lo que explica varias de las situaciones exitosas– es cierta falta de herramientas y cultura organizacional, que permita mejorar los procesos, la organización del trabajo y la distribución de las tareas. Es decir, no se trata de un déficit de capacidades o conocimiento práctico por parte de los trabajadores, sino un problema desde la estructura. Sin embargo, pese a que desde el Estado se han llevado adelante programas para mejorar la capitalización de los emprendimientos a partir de brindar herramientas de trabajo, las capacitaciones que refieren a las formas de organizarse quedaron más relegadas. Eso sumado a los contextos de exclusión en los que suelen desempeñarse los proyectos de EP genera que en muchos casos los intentos por insertarse de una forma más sostenible en el mercado se vean frustrados. 

Frente a esto, Audero plantea: “Una de las cuestiones que más hacen falta desde la política gubernamental es llevar adelante una evaluación de qué es lo que funcionó y qué no en las políticas de fortalecimiento y financiamiento de la EP. La mayor parte de los análisis se enfocan en la forma de administrar y gestionar los recursos, pero no en qué es lo que funcionó para mejorar las formas de trabajo”. 

Parece que la discusión pública se sostiene en la lógica de que este tipo de trabajos son algo temporal y no una ocupación estable para una parte considerable de la población que no puede integrarse, ni lo podrá hacer por las dinámicas del capitalismo actual. 

Que la tortilla se vuelva  

Como te imaginarás, quienes trabajan en la EP no están exentos de problemas. Sumado a la precariedad en la que están insertos en muchos casos, a no tener acceso a derechos elementales y tener que garantizarse su propio ingreso, sin cobertura ante situaciones de enfermedad u otro tipo de problemas se suman otras situaciones. 

Por un lado, en un artículo de 2018 Pablo Chena -economista y ex director nacional de Economía Social y Desarrollo Local- identifica la falta de acceso al mercado financiero y de créditos bancarizado, debido a la percepción de insolvencia y de mayor riesgo que tienen los bancos sobre los empleos sin ingresos estables, como una vulnerabilidad que lleva a la imposibilidad de capitalizarse o bien a la necesidad de recurrir a fuentes alternativas con tasas de interés usurarias. 

Por otro lado, aproximadamente hay 1.5 millones de beneficiarios del Potenciar Trabajo –programa de complemento salarial para quienes participan en proyectos socioproductivos y sociocomunitarios– y reciben el Salario Social Complementario. Este mecanismo que sirve como un complemento a los ingresos que muchos trabajadores generan por sus actividades, se encuentra atado al Salario Mínimo Vital y Móvil (representa el 50%). Por lo tanto, en caso de que el gobierno no desee aumentar el salario mínimo por determinado motivo –como se está discutiendo hoy– o lo incremente por debajo de la inflación, los ingresos complementarios también caerán en términos reales. 

Pero, hay una complejidad extra: la falta de organización sindical que ampare a estos trabajadores. Sobre esto Nicolás Caropresi, referente nacional del MTE e integrante de la UTEP, me comentó sobre los orígenes de los movimientos que organizaron al sector y de las conquistas que lograron con los años. 

El MTE surge alrededor del 2000 y el 2001 con la explosión del fenómeno cartonero en la Ciudad de Buenos Aires. Dada la crisis laboral de esos años, mucha gente comenzó a ir desde la provincia hacia la Ciudad -una especie de Potosí del cartón- por las noches para buscar cartones y otros elementos reciclables, acampaban allá durante 3 o 4 días, para luego volver a sus hogares y separar los residuos para poder venderlos más tarde. Esta actividad estaba penada por la ley de basura de CABA -reglamentación de la última dictadura- porque concedía la propiedad de los desechos a las empresas recolectoras. Por este motivo, la única relación entre los cartoneros y el Estado se daba a través de la policía, que o bien incautaba sus carros o pedía coimas para dejarlos trabajar. 

En este contexto, un grupo de militantes -encabezados por Juan Grabois- comenzaron a acercarse para de a poco comenzar a organizar a estos trabajadores y poder reclamar garantías para realizar sus tareas en las mejores condiciones posibles. Así fue como en 2007/2008 se empieza a reconocer un sistema de reciclado con inclusión social que empieza a sacar de la ilegalidad al cartonero y a reconocerlos con un salario extra a los trabajadores que cumplieran con ciertas condiciones: con la asistencia, utilizar uniformes, no ir con los hijos, no consumir alcohol e identificar una ruta de recolección. Es la primera vez que se entiende eso como un complemento salarial a los ingresos que ya generaban los compañeros y compañeras. 

Mediante ese trabajo nos encontramos con otras organizaciones, como el Movimiento Evita, que ya venía de trabajar con los movimientos de desocupados y con otras experiencias cooperativas, por lo que empezamos a ver la posibilidad de formar un gremio de los trabajadores de la economía popular. Comenzaron a sumarse otras experiencias, como los vendedores ambulantes y los trabajadores textiles -que se encontraban en muchos casos en una situación de simil esclavitud-, por lo que nos vinculamos también con la ONG La Alameda. Estos vínculos nos permitieron armar el Polo Textil, como un mecanismo para nuclear trabajadores de esta rama y negociar mejores condiciones de trabajo con las empresas y actores contratantes. 

Este tipo de experiencias nos permitieron caracterizar al fenómeno como algo no pasajero, sino como la forma actual del capitalismo a nivel mundial. Esta caracterización nos llevó a la necesidad de organizarnos con los movimientos desocupados, cooperativos y de empresas recuperadas, primero bajo la forma de la CTEP y luego, con la incorporación de nuevos actores, en la UTEP. 

A través de la organización, hemos logrado herramientas como el Monotributo social -para la inscripción de los trabajadores-, el Salario Social Complementario, comenzamos a formar una obra social -aunque no se logró sostener-, garantizamos otras vías de acceso a la salud social para otro compañeros, se logró acceder a vacaciones, a partir de las herramientas de turismo social como los hoteles de Chapadmalal y Embalse. Además, se lograron conquistas otro tipo de conquistas como el Polo Textil, adecuaciones de las viviendas de los trabajadores que se desempeñan en sus casas, la Ley de Barrios Populares -en conjunto a Techo y Caritas- que significó la urbanización de barrios impactando en más de un millón de personas y se generaron muchos puestos de trabajo cooperativos en la construcción, hemos mejorado las cadenas de comercialización de productos de la agricultura familiar -aumentando los ingresos de estos trabajadores-, entre tantas otras cosas.  

Bonus track

Por hoy nos despedimos, pero no sin antes agradecerte por la lectura y dejarte estas recomendaciones. 

  • Una nota sobre la potencialidad de Entre Ríos para desarrollarse de Matías Battaglia, otra sobre la relevancia de Dioxitek y el sinsentido de privatizarla de Eduardo Gigante., 
  • Ayer arrancó una nueva temporada de un podcast de divulgación científica que me gusta mucho “Ciencia del fin del mundo”. 
  • Para terminar, te dejo una película bastante extraña y no recomendada para estómagos sensibles, pero que gustó mucho sobre unas vacaciones en un destino caribeño (con tintes soviéticos a veces), en el que la justicia actúa de maneras exóticas ante los criminales ricos. Se llama Infinite Pool

Abrazo grande 

Nico

Escribo sobre temas de sectores y desarrollo productivo y trato, todo lo posible, de cruzarlo con datos. Me importa que estos sectores impulsen el bienestar social. Estudié economía en la UBA, estoy terminando una especialización en políticas sociales en UNTREF y arranqué una maestría en desarrollo económico en UNSAM.