El energizante al poder

La logia Red Bull puede obtener su primer título en el continente. La historia de cómo coparon el deporte.

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Lucas González era un chico.

Lucas González era un chico que jugaba al fútbol.

Lucas González era un chico que jugaba al fútbol en las inferiores de Barracas.

Lucas González era un chico que jugaba al fútbol en las inferiores de Barracas y que regresaba de entrenar con sus compañeros.

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Lucas González era un chico que jugaba al fútbol en las inferiores de Barracas y que regresaba de entrenar con sus compañeros cuando la Policía de la Ciudad los interceptó y les disparó.

Lucas González era un chico que jugaba al fútbol en las inferiores de Barracas y que regresaba de entrenar con sus compañeros cuando la Policía de la Ciudad los interceptó y les disparó. Lo mataron.

Fue la Policía. 

Fue la Policía.

Fue la Policía.

Habrá que repetirlo hasta que quien quiera cambiar la versión ya no tenga margen para la impunidad.

Para que sea Nunca Más.

Energizantes al poder

39068. Treinta y nueve mil sesenta y ocho metros. Un salto desde la estratósfera. Felix Baumgartner, un austríaco, atravesó la barrera del sonido. Nueve minutos y dos segundos. El 14 de octubre de 2012, un fanático de los deportes extremos subió en globo aerostático esa distancia. Saltó. Rompió tres récords físicos. Más uno más. De la comunicación. Ocho millones de personas estuvieron prendidas a la transmisión oficial de YouTube. Internet no había compartido esa simultaneidad. Hay veces que para llegar a las causas hay que naufragar por las consecuencias. Red Bull Bragantino, un club a 90 kilómetros de Sao Paulo, jugará la final de la Sudamericana. ¿Para qué una bebida energizante surgida en Tailandia armaría un equipo de fútbol en Brasil? Por la misma razón por la que auspicia el salto de un superhéroe. Ojos que miren el nombre de su marca. 

Algunos años, Red Bull ha llegado a vender 7 mil millones de latas. Al borde de una por ser humano. Dietrich Mateschitz combatía el jet lag en Tailandia. Le sugirieron que bebiera Krating Daeng. Una bebida para levantar. Pegó. Cargó la idea hasta Salzburgo. La reformuló en un laboratorio, más dulce. Ese es el punto de inicio en la historia del tipo que trepó hasta el puesto 144 en la lista de Forbes de multimillonarios. 

El segundo paso de la estrategia fue mediatizar el sello. Apostaron en dos direcciones. Pusieron sobre la mesa más de 500 millones de dólares para adquirir el Red Bull Racing de la Fórmula 1 y el RB Leipzig, de la liga alemana. Crearon la Red Bull Media House, un monstruo que transmite los eventos que realiza algún producto de la escudería. Una usina con penetración en 160 países. Energizados y transmitidos.

La Bundesliga es la competencia europea de fútbol que más cree, todavía, en los clubes. Tiene un filtro: el 51% de cada institución debe ser de los socios y las socias. Un equipo no puede llevar el nombre de una marca. Con entrada o sin entrada, a la liga entraron igual. Le pusieron RB Leipzig. Aseguraron que no eran las siglas de Red Bull. En los papeles, figura como Rassen Ballsport. Traducción: deporte de balón y césped. Chamuyo.

Les tocó enfrentarse a Unión Berlín. Justo el equipo parido por trabajadores del metal. Referenciado con el comunismo y con banderas del Che Guevara en su tribuna. Su camiseta es roja. Cayeron de negro. Durante quince minutos, hicieron silencio. Pusieron una pancarta gigante: “Por la muerte del fútbol”. A la semana siguiente, el adversario fue Dynamo Dresden. El símbolo de Red Bull es un toro rojo. Lanzaron un muñeco vacuno a la cancha. Para ingresar al sistema tendrían que pasar el mal trago. Hasta lograrlo. 

El primer paso había sido el Red Bull Salzburgo. Las reglas eran más sencillas porque Mateschitz es oriundo de esa ciudad. No es que le interesara tanto el fútbol, pero frecuentaba un amigo que lo había vinculado con otro amigo y así construyó el vínculo con Franz Beckenbauer. El defensor alemán siempre rosqueó en el terreno futbolero. Ejerció como vicepresidente de la Federación Alemana. Lo aconsejó con un pensamiento que se transformó en filosofía de la institución: trabajar en la captación de talentos y en la formación de juveniles. 

La carrera por ubicarse geopolíticamente a través de la pelota estampó un paso fuertísimo en 2006. Pagaron por el Metrostar. Lo reconfiguraron New York Red Bull. La tierra de las oportunidades no se caracterizaba en esa época por su apetito futbolero. Pero era un escenario desde donde seguir expandiéndose. Ligarse con estrellas para que portaran la marca en el pecho. La gran incorporación fue Thierry Henry. Significaba una nueva manera de relacionarse con un sponsor. En vez de contratarlo para una campaña, lo hicieron para que marcara goles.

Ralf Rangnick apareció como el cerebro que necesitaban. Su currículum brotaba gigantesco. Uno de sus últimos pasos cautivaba especialmente. En 2006, había asumido en el Hoffenheim de la Segunda División. Dos años después, concentrado en las categorías formativas, lo subió a la Bundesliga. Sin extraviar la filosofía, fueron subcampeones de la Primera. Red Bull hallaba un camino para no exhibirse pegado con las otras formas que estaba modelando el capitalismo futbolero. Si algo querían los austríacos era no ser como los qataríes o los emiratíes.

Esa batalla se libraría en Manhattan y alrededores. Dos equipos en la ciudad. El rival es el New York City. Propiedad de la escudería que encabeza el Manchester City. Que hace de local en el Yankee Stadium. Casi una metáfora. Un campo de béisbol que obliga a los espectadores a relojear los encuentros en diagonal. Hay que admitir que igual la hinchada genera mucho ruido. En la zona del Bronx, la comunidad mexicana canta en español. 

Los New York Red Bull poseen hace poco tiempo estadio propio. El problema está erigido en Nueva Jersey. Que no deja de ser otro Estado y pone en ridículo el nombre del conjunto. A diferencia de sus contrincantes, no persigue a futbolistas de renombre. Es un espacio de formación. De futbolistas y de entrenadores. Jesse Marsch había comenzado su carrera en Montreal. En 2015, apareció en la escudería. Hasta el 2018, condujo la sede de Estados Unidos. De 2019 a 2021, en Red Bull Salzburgo. Desde esta temporada, en Leipzig. La pirámide de crecimiento.

Hoy se juega la final de la Sudamericana. Uno de los finalistas es el Red Bull Bragantino. El otro, Atlético Paranaense. La bebida energizante había aterrizado en Brasil en 2007. Armaron desde cero el Red Bull Brasil. No funcionó. Durante una década naufragó por el ascenso. Hasta que en 2019 dibujaron una fusión. Se apropiaron del Clube Atlético Bragantino. Inventaron que se unían dos conjuntos. No había demasiado que analizar. Una apuesta por un equipo de una ciudad de 170 mil habitantes. A 90 kilómetros de San Pablo. Nada para preocuparse.

Invirtieron en jóvenes figuras del continente. Como Jan Hurtado, de Boca, o Tomás Cuello, de Atlético Tucumán. Culminaron el 2020 en la décima posición del Brasileirao. Era un equipo con orden y sin presiones. Tardarían en emerger juveniles de cosecha propia. Había que tener afilado el lente del scouting. Así apareció Claudinho. Un nómade que deambulaba tras no poder afianzarse en su Corinthians de origen. Hasta que se topó con su lugar en el mundo. Tras una temporada en Bragantino, emigró al Zenit por 15 millones de euros. El primer paso estaba listo.

“Les dije que no debíamos preocuparnos más por nuestros resultados. Van a ser consecuencia de nuestras acciones”. La palabra de Mauricio Barbieri es el handicap del que disponen las instituciones así. El entrenador de 40 años gestiona con el total apoyo de la dirigencia y sin fanáticos que lo aprieten. Si el modelo de fútbol brasileño cambió su paradigma desde el Mundial de 1994 -cuando vencieron a través de un estilo que privilegió el contragolpe como estandarte-, este técnico se halla en las antípodas. Pone como referencias a Pep Guardiola y a Jurgen Klopp. En Brasil, elogia a Telé Santana, alma del Sao Paulo campeón de la Libertadores y de la Intercontinental de 1992 y 1993. Reivindica al fútbol de posición. Wines muy abiertos. Jugadores que sin pelota se desplazan para construirle espacio a otros para que reciban.   

El triunfo de Red Bull Bragantino sería un símbolo para el continente. El mercado del fútbol hallaría su norte para defender a las sociedades anónimas y a los capitales extranjeros resistidos con tradición, con ideología y con épica en la sociedad argentina. La sofisticación de los métodos supera incluso a la inversión. La empresa energizante llegó para quedarse. No hay dóping para la cafeína de una corporación internacional. El imperialismo del fútbol expone su revolución y será televisada.

Pizza post cancha

  • AD10S de Juan Renau es uno de esos cortos que sé que estás buscando. Una cobertura del velatorio de Diego desde la Casa Rosada. Con imágenes inéditas de ese día y una mirada sensible para tratarlo. Acá va.
  • León Gieco es muchas cosas en la cultura popular argentina. Hoy cumple 70 años. Imposible saltearse la frase «fue cuando el fútbol se lo comió todo», de su tema «La Memoria». Y también imposible repasar los lazos de literatura y boxeo o de música y boxeo sin hacer eje en «Cachito, campeón de Corrientes», uno de sus temas clásicos.
  • Experto en el periodismo dedicado al boxeo, Luciano Jurnet pega fuerte como escritor en Ferreyra, el hombre de arena y otros cuentos de boxeo, su flamante libro. Se compra acá.

Esto fue todo.

Cenital siempre te necesita.

Un abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.