El Llanero Solitario

La extrañeza del ministro de Seguridad bonaerense es la de ser un hombre común y expeditivo, el médico rural y el sheriff de barrio. Si el Frente de Todos fuese un rompecabezas, Berni es esa pieza que no termina de encastrar.

Un día de junio de 1989, Sergio Berni saltó de una camioneta y pisó por primera vez el “Planeta Rospentek”, una localidad tan alejada de todo que los colimbas y los oficiales decían vivir en “otra galaxia”. En un mapa, Rospentek es apenas un punto en el sur del Sur de Santa Cruz, pegado a la Cordillera, donde el frío corta la piel y el rebote del sol en la nieve enceguece. Allí funcionaba –funciona, todavía– una guarnición del Ejército. Y ahí estaba Berni, con 27 años, un título de médico y el rango de teniente. Pero sobre todo estaba ahí porque debía cumplir el castigo que le había impuesto el Ejército.

Berni, actual ministro de Seguridad bonaerense, es el mismo desobediente que en las últimas semanas irrumpió en el escenario mediático con la fuerza del Coronavirus: una presencia permanente y, para el Gobierno, molesta aunque oportuna. Abonado a América TV, el 3 de julio se sentó a la mesa de Polémica en el Bar. El día anterior había estado en Fantino a la tarde y el anterior en Animales Sueltos. El 29 de junio pasó por TN y unos días antes por Intratables. Pero acaso la entrevista que fastidió a Alberto Fernández fue la que ofreció a Viviana Canosa en su programa Nada Personal, a fines de mayo. A Alberto lo incomodó que Berni deslizara su deseo de “ser presidente”. Fue un guante que los medios tradicionales no levantaron. 

De vuelta en Rospentek, en el año ‘89, Berni llegaba con su perro, un casi-doberman llamado Tabú. Podría haber hecho el recorrido que le correspondía a los militares de su categoría, que tenían derecho a un vuelo con destino Río Gallegos y de ahí, tomar un micro de “El Pingüino” a Río Turbio. Pero no. Berni condujo desde Buenos Aires hasta que su camioneta se fundió y tuvieron que ir a buscarlo en otra. Cuando llegó, tocó la puerta del Casino de Oficiales del Regimiento. Un conscripto muy joven, de sólo 18 años, abrió la puerta. Berni estaba vestido de civil. “¿Se puede tomar un café?”, preguntó. “Vos no podés entrar acá porque no sos oficial”, respondió el colimba. Berni se irguió en su metro noventa y, en un hilo de voz respetuosa, dijo: “Soldado, soy su Teniente Primero. Acabo de llegar y no tuve tiempo de ponerme el uniforme”. Esa fue su presentación social en la guarnición porque a él no le tocó el Bautismo de Nieve, un clásico militar en el que el soldado más antiguo “baila” al recién llegado.  

¿Por qué el Ejército lo había confinado a la base continental militar más austral del país? Bueno, Berni había pedido la excepción del servicio militar (que entonces era obligatorio) porque quería terminar la carrera de Medicina mientras afinaba su técnica en Artes Marciales. A fines de los ‘80 se sumó al equipo olímpico de karate, que iba a competir en el exterior. Pero en Ezeiza, cuando estaba a punto de embarcar, lo detuvieron. La sanción del Ejército fue que Berni cumpliera el servicio militar obligatorio como médico en Hospital San Lucas, el único en 28 de Noviembre, el pueblo cercano a Rospentek, donde viviría dos años, del 89 al 91. Dicen que cuando Berni empezó a atender, se enfermaron las esposas de todos los coroneles del Regimiento. Las mujeres caían en tándem, con alguna tos, un dolor de panza: la llegada de un muchachito atractivo era la novedad donde nada pasaba. En ese final del mundo, entre el pedregullo y la lenga, en Rospentek, para Berni empezó todo.

El Putin que supimos conseguir

Hay un código entre los agentes que integran las Fuerzas Armadas: un alias conformado por las iniciales del nombre propio. A Sergio Berni lo conocen como “Sierra Bravo”. Al ministro de Seguridad de la Provincia le gusta mirar fotografías de Vladímir Putin, presidente de la Federación de Rusia. Algo en su estética lo atrae. Podría decirse que ambos gustan del “turismo aventura”. Mientras el líder ruso pescó y buceó en Siberia, Berni durmió una semana en carpa en el Tigre con el propósito de desmalezar, machete en mano, un terreno que había comprado. A la bolsa de dormir estaba acostumbrado: vivió en un conventillo de Constitución porque le quedaba cerca del Ministerio de Desarrollo Social, cuando trabajaba para Alicia Kirchner. La pieza tenía un catre apenas y se arropaba en la bolsa de dormir. 

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El líder ruso tiene su propio meme, una imagen viral (y fake) donde se lo ve montando un oso. Aquí a Berni lo vimos hace poco empuñando un fusil. Fue en la madrugada del 9 de junio, cuando persiguió por los techos de las casillas de Villa Fox a una persona sospechada de asesinar a un gendarme. Como la foto de Putin, el “fusil” también es fake: resultó ser un accesorio que en segundos convierte un arma Glock en un subfusil. “Para un soldado es normal tener un arma en la mano. El soldado está más con el arma que con su mujer”, explicó Berni luego del arresto.

Villa Fox está en Zárate, partido en el que vive Berni. Hace 17 años compró 19 hectáreas en Lima, uno de los barrios, y levantó una casona estilo estancia a la que llamó “La Milagrosa”. La puesta en escena del “fusil” no pasó desapercibida: es un grano en la cara para Axel Kiciloff. Y también fue una afrenta para el intendente de Zárate, Osvaldo Cáffaro, con quien Berni discute sin interlocutor. 

En mayo, Berni había protagonizado otra performance en ese partido. Cayó en la comisaría de Lima con un barbijo. El oficial de servicio estaba distraído, mirando su celular. “A usted lo veo muy relajado y acá en mi barrio se están robando todo. ¿Dónde está el comisario?”, dijo Berni y se descubrió la cara. Unos días después de ese episodio, se paró frente a la municipalidad de Zárate. Había asistido a una mujer que terminó lastimada luego de que le robaran la bicicleta y quería ver las cámaras de seguridad para atrapar el ladrón. No lo atendían, así que parado en la vereda Berni se quejó: “Lo único que le interesa al intendente de Zárate es el negocio inmobiliario”. Hay una unanimidad silenciosa entre los intendentes de Buenos Aires: el “estilo Berni” no les agrada.

Si Putin reconoció haber sido parte de los servicios de inteligencia de Rusia, Berni sólo fue señalado como espía ocasional. Viajemos en el tiempo: es 1994, el teniente primero Berni ya cumplió la penitencia impuesta por el Ejército y dirige el hospital militar San Lucas, en 28 de Noviembre, Santa Cruz. Es un personaje importante en el pueblo: cura y ayuda a parir en uno de los lugares más inhóspitos del país. Características suficientes para que Néstor Kirchner, entonces gobernador de la provincia, lo tenga cerca. Hay un huelga de trabajadores en la mina de Río Turbio. La toma dura once días. Berni se ofrece como médico voluntario y, 500 metros bajo tierra, asiste a los mineros. 

En la cultura de la Fuerzas Armadas, la rama Sanidad está al nivel de los cocineros: no reviste interés. Así que Berni, médico militar, vio que al lado de la familia Kirchner se abría una posibilidad: la política. Cuando Néstor ganó la presidencia en 2003, el actual ministro bonaerense asumió como, prepárense que es largo, Director Nacional de Asistencia Crítica y Subsecretario de Abordaje Territorial de Desarrollo Social, que estaba al mando de Alicia Kirchner. Es cuando asoma el Berni que vemos ahora: ejecutivo, showman, el de la anécdota campechana y siempre efectiva, el John Travolta argento con fiebre de cámara todos los días. Ése que hoy fastidia tanto y tan arriba.

Lo de Puente La Noria fue “el colmo” pero Cristina martilla el clavo

En diciembre de 2010, cuando ocupaba aquel cargo en Desarrollo Social, Berni negoció en la toma en el Parque Indoamericano, ubicado en Villa Soldati. Hubo una represión feroz y tres muertos, pero la experiencia lo colocó en ese lugar reservado para pocos en cuestiones políticas: el funcionario que se embarra. 

La Plata se inundó el 2 de abril de 2013. Berni, que ya era secretario de Seguridad de la Nación, salió de madrugada desde su casa en el barrio de Villa Mitre y cuando llegó a la ciudad ocupó el despacho de Ricardo Casal, entonces ministro de Seguridad y Justicia bonaerense. Y repartió órdenes: gomones para rescatar gente (él se subió a uno), camiones para levantar la basura, escuelas abiertas para recibir evacuados. Daniel Scioli, entonces gobernador, también respondió a alguno de sus pedidos. 

En 2016, en Mónaco, consiguió el apoyo que necesitaba (57% de los 194 policías del mundo lo votaron) para ocupar el puesto de vocal de Interpol. No era menor: así desplazó al candidato de Colombia, que tiene acuerdos con la DEA, y a Brasil, que apoyaba al candidato colombiano. ¿Cómo lo consiguió? Ofreció en la asamblea a los países africanos una camiseta de la selección argentina firmada por Lionel Messi. Cuentan que ellos, que representaban casi el 30% de los votos, se rindieron ante la ofrenda.

Teniente coronel retirado temporalmente del Ejército, 58 años, casado, un hijo pequeño, hoy Berni ocupa a regañadientes el cargo que le asignaron. En noviembre, durante el armado del Gabinete, quiso ser ministro de Seguridad de Alberto Fernández, pero el presidente lo rechazó. Prefería en ese lugar a alguien moderado, que haya pasado por la Universidad y, preferentemente, mujer. Así llegó Sabina Frederic. Berni, entonces, quiso ser su segundo, pero la ministra no quiso. Estaba frustrado, él quería ser parte del Gobierno Nacional a toda costa. CFK le pidió a Kicillof, flamante gobernador bonaerense, que le ofrezca ser su ministro de Seguridad. Esta vez quien dice “no” es Berni. Kicillof avisa a CFK que dada la negativa de Berni, ese lugar seguía vacante. “Dejame que yo me ocupo”, le dijo CFK y convenció a Berni para que agarrara el puesto. Toda la lealtad es para La Jefa.

La Provincia es enorme y difícil. Hay 1.100 homicidios dolosos por año: tres muertos por día, promedio. La tasa de delitos bajó en cuarentena, pero no los femicidios. Esto lo dijo Berni en una de sus incursiones a la televisión en las que aprovecha para hablarnos a todes. A Axel Kicillof nunca lo entusiasmó que un duro estuviese al frente de un tema sensible para los bonaerenses. Mucho menos le gustan sus declaraciones explosivas. El 26 de mayo, por ejemplo, mandó a instalar un gazebo y pidió un catering para atender a periodistas en Villa Azul. Ubicada en la frontera que divide a Quilmes de Avellaneda, ese asentamiento fue cercado luego de detectar 53 casos positivos para la Covid-19. “Villa Azul es peor que un explosión nuclear”, dijo Berni a la prensa. Por esos días, recorrió el barrio vestido con un mameluco amarillo, guantes verdes, visera plástica y debajo de todo eso, el barbijo. Pegó en el overol dos calcomanías: una insignia de la policía y la otra con la ilustración de la provincia y la leyenda “Covid-19”.

Solo CFK lo pone en eje. De hecho, cuando le piden públicamente que dé explicaciones sobre las interferencias en su relación con Frederic, Berni suaviza el discurso: “Con la ministra jugamos de memoria”, dice. Lo cierto es que desde que asumió enfrentó más a la ministra que a Patricia Bullrich. También es cierto que con Frederic apenas se vieron una vez y el problema empezó cuando él le pidió que retirase las fuerzas federales de la Provincia, en febrero. El ministro de Seguridad de la Provincia no acude a ninguna reunión convocada por la ministra de Seguridad de la Nación. Todos, también Frederic, vemos a Berni por la tele, el campo de batalla en el que le gusta montar su estrategia.

Como su aparición en Puente La Noria, que le valió el raid mediático en América TV. Ocurrió hace unos días, el 1 de julio, cuando el AMBA retornaba a la Fase 1 de la cuarentena. Berni llegó en moto y, a los gritos, desarmó el retén de la Policía Federal para darle paso a dos ambulancias. Al ministro lo puede el orden, pero sobre todo su oficio de médico. Mucho más si la transmisión es en vivo. Y a la tele, él le encanta: Berni hipnotiza desde la pantalla, “rinde”, el rating se dispara o se mantiene, pero nunca baja.

También desde un estudio de tevé (y en vivo) expresó su deseo: “Ojalá pudiera ser presidente”. Pero Berni no ha armado un sistema político que lo contenga y su fidelidad corre por un solo canal: CFK. Es una flor silvestre que crece, sí, en las medianeras más postergadas, la de los barrios populares. Mostrarse duro y rudo seduce, también, a las clases medias. Su extrañeza es la de ser un hombre común y expeditivo, el médico rural y el sheriff de barrio. Si el Frente de Todos fuese un rompecabezas, Berni es esa pieza que no termina de encastrar. De todas maneras, en tiempos de pandemia, opera como un outsider funcional. El circo que construye evita el debate público sobre un tema más sensible que el delictivo: una economía detenida por la cuarentena y, todo indica, difícil de remontar post-virus.

La desaparición de Facundo Astudillo Castro vuelve a ponerlo en el centro de la escena y no sólo a él, sino a la Bonaerense, fuerza a la que representa y defiende. El viernes, durante una conferencia de prensa improvisada, un Berni afónico dijo a la prensa que “hay diferentes relatos y testigos que dan ubicaciones distintas de Facundo”. Y le pasó la posta a la Justicia, con la propuesta de que la investigación la siga la Federal.

En las últimas horas se conocieron otros dos casos que involucran a la Bonaerense. Lucas Verón, de 18 años, murió de un disparo en el pecho en la madrugada del viernes, luego de una persecución en Villa Scaso, en La Matanza; Raúl Dávila, de 22 años, falleció durante un incendio en el calabozo donde estaba detenido por resistencia a la autoridad, en Chascomús.

Aunque su única terminal sea CFK, dicen que la intervención de Berni en el operativo de La Noria colmó la paciencia del presidente y de Kicillof; que en un sistema racional de conducción política, el ministro de un gobernador no puede desafiar a un presidente. Pero Berni por lo pronto sirve, porque amortigua el ruido que genera una economía en emergencia, que antecede a la pandemia. “Mirenmé”, invita Berni, y nosotros aceptamos. Así que aunque genere conflictos, en el Gobierno se preguntan si echarlo no sería darle el gusto.