La oposición pide “abrir la economía”; las encuestas dicen lo contrario

Lo que la ciudadanía demanda (al menos según las encuestas) es repartir los costos lo más igualitariamente posible y no tener el derecho de ir al restaurante entre las sirenas de las ambulancias.

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En el anterior newsletter decía que en las primeras semanas de la cuarentena habían mostrado acuerdos y acción conjunta entre el gobierno y las figuras de la oposición, sobre todo Horacio Rodríguez Larreta. Sin embargo, notaba también que referentes opositores sin responsabilidad de gobierno ni constituencies que puedan protestar si aumentan los contagios de COVID-19 y las muertes estaban decididos a manifestarse en la vereda opuesta de manera absolutamente cerril, utilizando las tres herramientas sobre las que tiene mayor manejo y control: referentes de opinión en los medios masivos (tal vez llamarlos “periodistas” sea un problema de categorización), las redes sociales, y la movilización inmóvil pero audible (es decir, los cacerolazos desde los balcones) de sectores del público de la Ciudad de Buenos Aires que constituyen su núcleo duro. Estas dos semanas han mostrado el recrudecimiento de estas dos dinámicas. Despleguemos estas ideas.

La colaboración en la emergencia entre el gobierno nacional, gobiernos provinciales del Frente de Todos, y los gobernadores e intendentes de Cambiemos (o Juntos por el Cambio, pero seamos honestos, nadie usa ese nombre) continuó a grandes rasgos en estas dos semanas. El intendente de Vicente López Jorge Macri, por ejemplo, anunció públicamente la llegada de respiradores y otros insumos a su distrito de la mano de Axel Kicillof y del Ministerio de Salud Nacional. La excepción a esta tal vez momentánea armonía fue un chisporroteo entre Horacio Rodríguez Larreta y el Frente de Todos, cuando el intendente de la mayor ciudad del país expresó su repudio a la (hipotética) liberación de presos. Cristina Fernández de Kirchner criticó a Rodríguez Larreta, también por Twitter, por las supuestas presiones de su partido a una jueza.

Sin embargo, el conflicto entre el alcalde porteño y el gobierno nacional no escaló. El horno demostró definitivamente no estar para bollos cuando apenas un par de días después quedó en claro que el virus había llegado a las villas de emergencia y barrios vulnerables de la ciudad de Buenos Aires y que si no se lo frenaba la ciudad entera entraría en emergencia sanitaria. Frente al aumento de casos en CABA, se activaron operativos conjuntos del gobierno de la ciudad y el Ministerio de Salud nacional para realizar testeos en la población de Villa 31.

Por otra parte, puede pensarse que el súbito ataque de oposicionismo de Larreta fue más bien una respuesta a sus propios críticos dentro de su propio partido. ¿En ese caso, lo de CFK habría sido casi una ayuda? Hoy, Rodríguez Larreta es una amenaza política clara para aquellos referentes de Cambiemos que están lejos del poder y que al mismo tiempo constituyen su núcleo ideológico: Marcos Peña, Patricia Bullrich, Miguel Angel Pichetto y el mismo Mauricio Macri. De cara al 2023 (¡y a pesar de que hoy se siente tan lejano!) para este grupo aparece como un imperativo frenarlo. 

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El ala sin gestión de Cambiemos tiene una certeza y un único principio orientador de la acción: somos opositores al gobierno nacional, ergo nos oponemos. A todo esto, en política, no es equivocado. Después de todo ya lo demostró Cristina Fernández de Kirchner cuando probó que marcar la cancha con claridad durante cuatro años era una estrategia más exitosa en términos electorales que el “peronismo racional”. En un sistema presidencialista, ser opositor paga a mediano o largo plazo. Pero este éxito no está asegurado, porque las posiciones en las cuales se atrinchera este sector no necesariamente son mayoritarias ni populares en esta emergencia. Veamos a qué me refiero.

Durante el primer mes de la pandemia, la postura de “soy oposición, entonces me opongo” se expresó sobre todo en un fuerte discurso público que puede resumirse en “tests masivos”. La idea era que Argentina estaba haciendo pocos tests para detectar el coronavirus, que esto se traducía en subtesteo de casos y en ocultamiento (tal vez doloso) de la real incidencia de la enfermedad. No es mi intención meterme en el debate sustantivo (no tengo las competencias suficientes), sino señalar que durante las tres o cuatro primeras semanas de la pandemia en el país la acusación fue que el gobierno nacional no estaba haciendo lo suficiente. 

En las últimas dos semanas hemos visto un vuelco importante. La acusación pasó de ser “hacen falta tests masivos” a “el gobierno se enamoró de la cuarentena”. Es decir, se pasó de reclamar que el gobierno hacía poco a reclamar que el gobierno hace demasiado. Frente a esto, aparecen tres ideas que voy a resumir así: “gobierno de infectólogos”, “destruyen la economía” y “erraron los pronósticos porque hay menos muertos de los que pensaban”. La demanda unánime es “abrir la economía”. 

En la demanda de abrir la economía y en el despectivo uso de frases como “gobierno de sanitaristas”, el ala sin gestión de Cambiemos se mueve acompasadamente con los partidos y líderes a la derecha del mundo, entre ellos Jair Bolsonaro, Donald Trump, y el español Vox (que aparentemente fue el primero en usar “infectólogo” como insulto, al menos en español). Hay que recalcar que los que dicen esto no son figuras marginales, sino referentes del mainstream como Alfonso Prat Gay. El empresario argentino/español Martín Varsavsky señaló en un tweet que es una de las voces más radicalizadas de esta postura, pidiendo alcanzar la “inmunidad de rebaño” aunque la misma conlleve miles de muertes.

El problema que aparece es que las encuestas marcan que la mayoría de la población no se siente convocada por la consigna “abrir la economía”. Este es un fenómeno global. En Argentina, en EEUU, en España las clases populares manifiestan en todos los sondeos privilegiar el manejo de la situación de salud pública. Es más, en el estado de Georgia en EEUU abrieron los comercios y se encontraron con que fue el público el que no asistió.

Nadie ignora el derrumbe económico que el mundo entero está viviendo, y los costos en términos de empleo y producción. Sin embargo, lo que la ciudadanía demanda (al menos según las encuestas) es repartir los costos lo más igualitariamente posible, no tener el derecho de ir al restaurante entre las sirenas de las ambulancias. 

No es casualidad al mismo tiempo que este pedido de libertad de movimiento y de consumo aparezca cuando la enfermedad aparece como ”sólo” un problema de villas y asentamientos. Tampoco lo es que lo que aparece como problemático sea la necesidad de respetar las mismas limitaciones y cumplir las mismas reglas que las de cualquier hijo de vecino. La pandemia es la gran igualadora, justo en un momento en el que para muchos partidos del mundo la defensa de estructuras jerárquicas y desiguales es la principal ideología.

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María Esperanza

Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.