Nos tienen de hijos

Esta quincena examinamos distintas obras de hijos e hijas representando a sus padres y madres en libros y películas. De Chantal Akerman y Agustina Comedi a María Negroni y la poeta Sharon Olds, pasando por Martín Sivak y Jane Lazarre.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible. Yo bien, tratando de administrar la poca energía que me queda para terminar el año. Vas a recibir este newsletter en un domingo electoral que es el corolario de una campaña rarísima. Percibo un ánimo muy poco entusiasta en general con lo que hace a la elección de medio término. Pero bueno, siempre es un alivio saber que podemos votar. En mi caso, me toca en un colegio religioso de Parque Patricios, justo a la vuelta de mi escuela primaria pública, el gran Bernasconi, escenario no solo de mi infancia, sino también, por ejemplo, del videoclip de “El estudiante” y locación de películas como Evita, de Alan Parker. Amaría tener la votación como excusa para volver a entrar a sus anchos pasillos, sus aulas luminosas…

Pasemos al tema que nos convoca. Lo elegí después de leer varias veces en las redes –bah, en Twitter– un debate sobre si las personas sin hijos tienen una vida más relajada que las personas con hijos, con gente tirando para los dos bandos. Estuve sopesando un poco el asunto y llegué a varias conclusiones. Por un lado, no me parece nada opinable la vida que elige cada quien. Tampoco es interesante compararse con otres en cuanto al cansancio, la exigencia o las responsabilidades. Cada una tendrá que hacerse cargo de lo que le toca. Así y todo, creo que formo parte de la primera generación que no vive la maternidad como un mandato. Ahora un montón de chicas pueden decidir no ser madres sin tener que dar tantas explicaciones sobre eso. No quieren y punto. Creo que de a poco las y los mayores van a dejar de esperar que nos reproduzcamos mecánicamente. Y que el deseo va a ser lo determinante, en vez de un “deber ser” o un falso “instinto”. Sí, la maternidad será deseada o no será. Y si no querés tener hijos, ahí también hay un deseo que atender y respetar. 

Por otro lado, creo que todos y todas estamos en condiciones de opinar sobre la maternidad y la paternidad. No hay voces más autorizadas que otras sobre el tema. No es que si sos madre podés hablar “mejor” o “más” que las personas que no lo son. Y lo digo porque todes somos hijes. Es nuestro lugar como hijes el que nos habilita. Podemos opinar de maternidad y paternidad porque somos hijes de madres y padres. Dicho esto, el Hilo Conductor de esta quincena será sobre hijos e hijas hablando de sus progenitores, y no al revés. Pondremos especial atención en cómo conocemos a esos padres y a esas madres a partir de las representaciones de las personas que trajeron al mundo. Empecemos ya mismo.

La intimidad emocional 

“Mi madre es un monstruo que chupa la energía de alrededor y hay que ser muy fuerte para resistirse”, dice Stéphanie Argerich, nada menos que la hija de la grandísima pianista argentina Martha Argerich. En el documental Bloody Daughter, de 2012, dedicado a su madre, los traumas están a la orden del día y accedemos a la intimidad emocional de una familia por demás particular. Es que Argerich tuvo tres hijas de tres padres diferentes (todos músicos: un violinista chino, un pianista norteamericano y un director de orquesta suizo), y entre otros reclamos, Stéphanie le pregunta en cámara a su madre por qué su hermana mayor vivió en un orfanato y luego con su padre, pero nunca con ellas; algo que Martha no puede explicar. Con imágenes del archivo familiar (porque Stéphanie tuvo cámara de muy chica y pudo registrar escenas muy privadas), y entrevistas más actuales a su padre y su madre, el documental es fuerte y a la vez revelador sobre lo difícil que puede ser convivir con una persona tan prodigiosa y excéntrica. Es que la entrega de su madre al trabajo y a los admiradores dejó muchas veces de lado las necesidades de Stéphanie como hija en lo afectivo, en lo práctico. Y ella lo cuenta acá con una distancia prudente y a la vez un poco dolorosa. En su historia a veces los roles se invertían y era la hija la confesora de la madre, quien la cuidaba o calmaba si la situación lo requería. (La escena en la que Martha está en el pasto con sus hijas pintándose las uñas no tiene desperdicio.) Si quieren saber más de este vínculo de amor-respeto-fascinación-rechazo, o de la misteriosa Martha, no se lo pierdan. Acá en YouTube lo pueden ver completo con subtítulos en español. 

Martha Argerich y sus tres hijas

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Y aunque en este caso la hija es más famosa que la madre, pasemos a Chantal Akerman, la directora belga pionera del cine feminista moderno. Es que tenía con su madre una relación muy profunda, que retrató varias veces, tanto en el libro Mi madre ríe (publicado por Zindo & Gafuri), que funciona como especie de autobiografía, y también en No Home Movie, de 2015, su última película, estrenada dos meses antes de suicidarse a los 65 años. Tanto el libro como la película trabajan sobre la relación hija-madre a partir de la angustia de la finitud, y a través del relato de vida de cada una con sus fortalezas y fragilidades. Su madre Natalia fue sobreviviente de un campo de concentración, y a partir de su relato Akerman desentraña los modos de preservación de la memoria. Dijo ella: “La aparición de mi madre es fundamental para mí, porque es mi progenitora, por supuesto. A la vez, espero que se entienda que puede ser cualquier madre: con ella hay una visualización de la ruptura, porque viene de un viejo mundo que se adentra en este nuevo. Una madre es algo inmune al paso del tiempo, es resistencia y roca, y a la vez, como ser humano, envejece”. Me gustó eso de que su madre encierra a la vez a todas las madres que vienen de otras épocas a decir algo sobre nuestro tiempo tan distinto. Y Akerman toca también uno de los temas más difíciles para les hijes: aceptar la vejez de las madres y los padres. Uno de los modos de hacer menos difícil ese tránsito es filmarlos. Y eso es lo que busca en No Home Movie: Chantal registra a Natalia de manera casera haciendo sus cosas de siempre en su casa de siempre. La escucha hablar, quejarse, se escucha a sí misma quejarse también, desenrolla el hilo que las mantiene unidas, y lo vuelve a enrollar. (La película se puede ver en MUBI.)

La madre de Akerman en No home movies

Y pasando a los padres, uno de los mejores documentales que vi en los últimos años es sin dudas El silencio es un cuerpo que cae (2017), de la joven realizadora cordobesa Agustina Comedi. Si no lo vieron, por favor dénle play pronto en Cine.ar. El relato tiene muchas capas: en la primera de ellas conocemos a Jaime, el padre de Agustina, a través de las filmaciones que él mismo hacía –películas caseras en 8mm y VHS–, quien murió repentinamente en un accidente con un caballo cuando ella era bastante chica. Y, de manera más profunda, acompañamos a la hija en la reconstrucción de todo lo que no conoció de su papá: su militancia de izquierda, sus elecciones sexoafectivas, sus omisiones, dosificado a partir de entrevistas con gente que lo trató, con la intención narrar una historia silenciada de deseo, activismo y disidencia. Y también de armar la propia memoria de ese padre muerto demasiado pronto. El documental va de lo íntimo a lo público y de lo privado a lo político, como si fueran todas fichas de un mismo rompecabezas desplegado ahí, al que Comedi va haciendo encastrar en un relato bello, emotivo, destellante. 

Jorge, el papá de Agustina Comedi

Y tu papá también 

Seguimos con los padres difíciles, polifacéticos, esos que ameritan páginas y páginas de reflexión. Como el caso de Jorge Sivak, un hombre que fue dirigente estudiantil, abogado defensor de presos políticos y él mismo preso político y exiliado. También empresario, banquero y suicida. De su vida y de su particular muerte lanzándose de un piso dieciséis el día 5 de diciembre de 1990 cuando su banco se declara en quiebra se encarga su hijo, el periodista Martín Sivak (hoy director de elDiario.ar y biógrafo de Evo Morales), en el excelente libro El salto de papá. Es notable lo que consigue Martín, porque por un lado reconstruye la historia general de la familia a partir de hechos concretos –el hermano de Jorge, Osvaldo, fue protagonista del Caso Sivak, un secuestro muy comentado y mediático durante la década del 80, con todo lo que eso provoca puertas adentro– y por el otro se pone también en el lugar de hijo y en lo que implicaron para él las andanzas de su padre. Salva del naufragio su memoria y a la vez reconstruye una historia de vida que toca las cuerdas más sensibles y enigmáticas de un pedazo de la historia del país. Es un libro muy conmovedor, hipnótico, que hace un perfecto equilibrio entre el archivo y el recuerdo, entre el amor y el desconcierto. No se lo pierdan si disfrutan de este tipo de retratos, sin condescendencia. Acá se puede leer el comienzo. 

Jorge Sivak y su familia

Saltemos a Norteamérica y a la obra de la escritora Jane Lazarre, a quien conozcan quizás de ese hermoso y revelador libro llamado El nudo materno, en el que examina su experiencia como madre de un niño pequeño afroamericano en los setenta, siendo ella una feminista en ciernes. Pero no voy a hablar de ese libro acá (aunque soy fanática), porque dijimos que la idea es que los hijos hablen de sus padres, y no al revés. Así que me ocuparé de su volumen más reciente: El comunista y la hija del comunista, publicado por la elegante editorial de Barcelona Las afueras. Allí, Lazarre vuelve sobre la figura de su padre, un judío ruso emigrado que tuvo distintos nombres (Itzrael Lazarovitz, William Lazar, Bill Lazarre) y que formó parte de la dirigencia del Partido Comunista, entre otras instancias de militancia. Fue también el padre de dos niñas que perdieron de muy pequeñas a su madre, asumiendo el rol de educar a sus hijas en la lucha contra la injusticia y el racismo y en busca de la libertad. Lazarre escribe estas memorias para entenderse también a sí misma, para desentrañar sus orígenes y conmoverse por todas las tradiciones e historias que se mezclan en su propia vida. Y lo hace cuando ella misma ya es abuela y cumple la edad que su padre tenía al morir, como una tarea paciente y necesaria que implica algo de nostalgia y mucho de amor. Si bien de joven ella discutía acaloradamente con él, pese a llevar años fallecido siente todo el tiempo que se siguen hablando: “¿Debo tratar de recordar? ¿Dónde me llevará todo esto? ¿Cómo capturar mediante palabras los tonos de un hombre cuya voz, pese a llevar tanto tiempo muerto, guardo tan nítidamente como la voz real de mi marido o la de un amigo con el que hablo a diario?”, se pregunta. Si quieren saber más de esta historia familiar, que es también una historia posible de las diversas crisis y tradiciones ideológicas del siglo XX, pueden conseguir el volumen en librerías, o bien leer esta reseña de Mercedes Halfon o esta columna de Tamara Tenenbaum, dos escritoras que le prestaron atención y fascinación al relato de Jane Lazarre. 

Bill Lazarre y sus dos hermanas en 1915

Te amo, te odio, dame más

Pasemos a enfoques poéticos de las madres y los padres, empezando por el que a mi entender es uno de los libros del año. Me refiero a El corazón del daño, de María Negroni, de género inclasificable –como suelen ser los de María–, que puede leerse como novela, como ensayo autobiográfico o como prosa poética. En esta especie de ajuste de cuentas con su madre, Negroni se muestra más íntima que nunca, desentrañando el misterio que encierra la relación materno-filial desde la infancia a la adultez, sopesando las decisiones de cada una y las maneras de acercarse, alejarse, amarse, detestarse. Pero me parece innecesario describir demasiado lo que ocurre entre sus páginas, mejor les dejo algunos fragmentos para que pesquen la intensidad y profunda poesía, y si quieren más, pueden pispear el comienzo acá.

Digamos que fuiste la peor de las mejores cosas que me sucedieron.
No me di cuenta de lo más obvio: fui yo, tu sublevada hija, la más incorregible, la que amó sin tregua tu exigencia.
La que tuvo un hambre insaciable y se aferró a la lengua umbilical y se comió entera la Araña Materna. 
(…)
La que se ató a tus abusos para armar su propia escena enfermada, y así quedó, sin tregua, sin informarse de nada, como una escritora, no del viaje sino del encierro. 

(…)

Ninguna sosegación nunca. Ningún avisparse.
La vez de hablar no era llegada.
Comenzaron sobresaltos, me tragué el pavor, del todo siempre atenta a tus desplantes, tus ímpetus voraces.
Mejor dicho: se cerró una niña, se le crispó el rostro de dolor.
Quién sabe qué podía esperarse de un objeto en llamas.
La palabra cuja, la expresión Me vas a sacar canas verdes.
Por mi vida, Madre, tenías hambre, estalladamente tu obsesión sin nombre, las iras que ocultabas.
Y también artimañas: desfigurás los hechos; te sumergís, bufando, en los encierros.
A mí me dejaste sola en lo escriturado de la vida.
Como una autora intransigente frente a su propia infancia amada y desastrosamente rota.
Quien va de caza pierde lo que no halla.
Se vuelve rica de tanta pérdida.
*

Ineludible llegar a Sharon Olds si de madres y padres estamos hablando. Es que son dos de los motivos estéticos y afectivos recurrentes de la obra de esta excelente poeta californiana (otros ejes son su hijo y su pareja, la muerte, el amor). Su poemario El padre me da piel de gallina y a la vez me parece increíble. Ahí se suceden distintos poemas elegíacos de corte narrativo dedicados enteramente a su progenitor. El testimonio personal se ensancha en sus palabras hasta alcanzar cimas de una ternura inusitada. Pero también hay mucha tristeza y ritualización en la decrepitud del hombre que su padre solía ser al momento en que los escribe. Olds puede ser muy directa para referirse a los cuidados de la vejez, de la enfermedad, la hospitalización, pero también muy sutil para aproximarse a los silencios que rodean a la muerte, como murmullos sordos. Si quieren intentarlo, o creen que necesitan leer algo así, les dejo varios de los poemas que encontré en este blog. Y uno acá en el Hilo que me gusta especialmente sobre cómo las hijas necesitamos confirmar el amor incondicional que los padres aparentan sentir a veces más con gestos que con palabras, aunque no estén ya en este mundo. 

Más allá del peligro

Una semana después de que murió
de pronto entendí
que su amor por mí estaba seguro:
ya nada lo podría alterar. A veces,
durante el último año, su rostro se iluminaba
cuando yo entraba a su habitación,
y una vez, medio dormido,
sonrió al pronunciar mi nombre.
Respetaba mi arrojo:
la vez que me ataron a la silla,
ataron a alguien que él respetaba, y cuando
dejaba de hablar durante semanas enteras,
yo era uno de los seres a quienes no le hablaba,
alguien con un lugar en su vida.
La última semana lo dijo sin querer:
entré a su cuarto y le pregunté
“Cómo estás,” y contestó, “Yo a ti también”.
Desde entonces, temí perder esas palabras.
Hasta el último momento podía equivocarme,
ofenderlo. Bastaría una de sus muecas de disgusto
para que volviera a joderme la vida.
Intenté no pensar demasiado,
ayudaba a cuidarlo, le limpiaba el rostro,
lo acompañaba.
Pero un rato después de que murió,
de pronto pensé, con asombro, ahora
siempre me amará, y me reí:
estaba muerto, ¡muerto!

Tres recomendaciones finales

Otra vez me metí con un tema casi infinito, por lo que estoy dejando afuera un montón de cosas que pensé y no llegué a incluir. Pero bueno, siempre tenemos unas últimas recomendaciones breves como para seguir tirando del hilo.

Las buenas intenciones, de Ana García Blaya

La ópera prima de esta directora argentina me sorprendió mucho al momento de su estreno en 2019. Es que tiene una frescura y emotividad que cuesta encontrar en el cine nacional. Acá se trata del relato familiar de un padre separado en plena década del 90 y en la relación que establece a los tumbos con sus tres hijos. Y si bien se basa en la vida personal de la directora, acá hay claramente una elección por la ficción. Pero una sin costumbrismo ni exageraciones, con personajes que parecen de carne y hueso. Gustavo, el padre (interpretado por Javier Drolas) es un músico bastante colgado que tiene que ocuparse algunos días por semana de sus pequeños y a la vez lidiar con la madre de los tres (Jazmín Stuart), que armó una nueva pareja y le comunica que quiere llevárselos a vivir a otro país. Pero más allá de la trama, que es sencilla, y de la gran caracterización de los 90, con su consumismo, su codificación y su crisis económica, acá lo mejor es cómo los hijos conectan con su padre, en especial la mayor, interpretada por Amanda Minujín, de once años, que se revela como una actriz genial. Una película pequeña y emocionante, hecha sin ningún golpe bajo. Una obra genuina, de esas que nos dejan en el cuerpo una linda sensación, y que pueden ver acá.

Entre ellos, de Richard Ford

¿Lo tienen a Richard Ford? Es un eximio narrador norteamericano que vino a la Argentina en 2018 y fue entrevistado por Mariana Enriquez. Pues bien, en medio de su obra que se compone fundamentalmente de novelas, aparece Entre ellos, un volumen compuesto por dos textos escritos con 35 años de diferencia publicado por Anagrama. El primero de los textos está dedicado a su padre, y el segundo a su madre, dos jóvenes de Arkansas, en lo profundo de los Estados Unidos, que se casaron jóvenes y tuvieron un hijo único: Richard. El padre, un viajante de comercio bastante rígido y esquivo, muere repentinamente cuando el autor tiene 16 años. Y su madre, una viuda de 40 años, con un pasado lleno de baches y misterios, tuvo que salir a trabajar. Mientras leemos estos retratos nos damos cuenta de la potencia de la literatura para convertir dos vidas comunes en existencias excepcionales. Es la palabra de Ford la que construye para ellos este dique de contención y los eterniza como parte de su obra. 

Richard Ford, su padre y su madre

Me despido con esta canción desgarradora que me llega al corazón: “Mother”, de John Lennon. Es loco porque se llama “Mother” pero también le habla a su padre con un pulso similar, gritando, reclamando. Recordemos que a Lennon su padre lo abandonó de chico, y que su madre murió en un accidente. Fue criado por las tías. “Mamá/ vos me tuviste/ pero yo nunca te tuve (…) Papá/ vos me dejaste/ pero yo nunca te dejé.” Les dejo esta versión en vivo para que se conmuevan una vez más. Te quiero siempre, John.

Ahora sí, llegamos al final. 

Espero que este Hilo te haya hecho arribar a la misma conclusión que a mí: no se puede hablar de nuestras madres o padres sin hablar de nosotras mismas. Es obvio, pero no está mal recordarlo, interiorizarlo. También somos eso: un cuerpo hecho de los cuerpos de los que venimos. Así que le dedico el Hilo a Eugenia y Ricardo, mis progenitores y mentores.

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.