¿Qué pasó con Messi?

El 10. Bartomeu. Koeman. Una radiografía de la historia que sacudió la semana.

Hola, ¿cómo estamos?

Sterling Brown estacionó en la puerta de una farmacia el 26 de enero de 2018, en Wisconsin. Hacía frío, estaba apurado, se equivocó y dejó el auto en el sector de discapacitados. Al salir, un policía lo estaba esperando y le pidió los papeles. La sanción, según la ley, es de 200 dólares y quien conduce puede irse manejando. El oficial lo agarró del brazo, le dijo que él mandaba y pidió refuerzos. Llegaron ocho patrulleros. Lo tiraron al piso, lo picaron con pistolas taser y le clavaron la rodilla en el pecho. La misma acción con la que mataron a George Floyd en Minnesota. Fue detenido, durante toda la noche lo escupieron y lo verduguearon. 

No sabían que era el escolta suplente de los Milwaukee Bucks.

“El gobierno de Milwaukee me ofreció 400 mil dólares para que me quedara callado, pero su dinero no puede callarme”, narró en un relato estremecedor en The Player Tribune. Su equipo esta semana hizo historia: en la previa al quinto encuentro de los playoffs contra Orlando Magic, realizó una huelga y no se presentaron en protesta por los siete disparos recibidos por el activista afroamericano Jacob Blake de parte del policía Rusten Sheskey, en una manifestación contra el racismo. «Algunas cosas son más importantes que el baloncesto”, expresó Alex Lasry, propietario de los Bucks, bancando a sus jugadores.

La decisión de los Milwaukee llegó a oídos de los otros equipos –todos se encuentran en la burbuja sanitaria construida en los parques de Disney para terminar el torneo de la NBA– quienes se sumaron al boicot. La WNBA, o sea las mujeres, replicaron la medida. La MLS, de fútbol, lo mismo.   

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“Los cambios no se hacen solo con palabras. Ocurren con acciones y deben suceder ya”, expresó LeBron James, crack de los Lakers y el jugador más significativo de la NBA. “Esta mierda es más grande que el básquet, quien no entienda esto es parte del problema”, declaró DeMar DeRozan, de San Antonio Spurs. Scottie Pippen respaldó la decisión: “Poder de los Bucks, poder negro”.

Dos días más tarde, los deportistas y los propietarios de la NBA resolvieron continuar con los partidos. El Black Lives Matter sacudió la Premier League y a las ligas estadounidenses. Aunque no lo crean hay enormes figuras del deporte diciendo no al racismo y basta de gatillo fácil. 

¿Qué pasó con Messi?

Estaban sin hablarse hacía meses: ni uno ni otro se daban una indicación. Era marzo de 2017. Luis Enrique apareció en el entrenamiento y anunció que se iba al terminar la temporada. Fue a la sala de prensa y se lo comunicó al mundo. Viajaban en castillo de naipes: en 2015 habían ganado la Champions, la Liga y la Copa del Rey; en 2016, la Liga y la Copa del Rey; ahora, era posible solo la Copa del Rey. Lionel Messi cumpliría 30 años y lo entendió todo. No tenía sentido seguir enemistados. Los días siguientes fueron Abbey Road: sabiéndose separados, disfrutaron los últimos temas. Sonó el nombre de Francisco Valverde y al 10 le cayó bien. Venía del Athletic Club de Bilbao y ahí brotaba una coincidencia: su alineación solía ser 4-2-3-1. “No podemos jugar para siempre 4-3-3, la media cancha nos queda gigante”, reflexionaba el capitán, en un café en Castelldefels. Unas semanas más tarde, Gerard Piqué subió una foto a Twitter con Neymar y la leyenda: “Se queda”. Respiraron. Se atragantaron. PSG ofertaba 222 millones de euros y el paulista se iba. La ciudad de Barcelona empapelada con el rostro del brasileño y la palabra traidor es el comienzo de este triste, solitario y final.

Cada vez que le preguntan si él cambió la historia del club, señala que fue Ronaldinho el que contagió grandeza. Desde el 92 no conseguían la Champions y desde el 99, la Liga. Para Messi, sin embargo, no lo ensalza como su brasileño preferido. En su top tres de talentos compartidos, pone a Xavi Hernández, a Andrés Iniesta y a Neymar. Aquellos días de la salida de Neymar llenaron de pánico al 10, que le envió a los directivos un mensaje: “Si está esa plata, no la guarden. Gástenla”. Trajeron a Dembelé desde el Borussia Dortmund: algo que ni el propio francés deseó. El capitán no entendía del todo la partida de su ex compañero: si realmente estaba desesperado por ser el número 1 del mundo, si quería ponerse por encima suyo y de Cristiano Ronaldo, para qué se trasladaba a la liga francesa. “Para eso, se hubiera ido a la Premier”, relatan que dijo, en esos días, el astro. Lo que se vuelve una pista para hoy: si la puja es entre PSG y el City, el futuro debiera ser británico. “Son los rivales que más me molestan. Termino los partidos con dolores porque todo el tiempo te chocan. Te pegan en la pierna de apoyo y no dicen nada”, concluía su análisis sobre los ingleses.

Esa temporada le detonaría el alma. El mazazo de que la Roma le diera vuelta los cuartos de final de la Champions League lo arruinó: la ida, en Barcelona, fue 4-1 y la vuelta, en Italia, 0-3. Poco a poco, el 10 empezó a sentir que el club estaba en otra cosa. Se refugió en su relación con Luis Suárez: uno viviendo frente al otro en Castelldefels, rutina de gimnasio antes del césped, pasto juntos, recuperación a la tarde. En la temporada posterior, el sismo revivió: en la semifinal del trofeo de Europa, superaron en la ida al Liverpool por 3-0 y se derrumbaron en Inglaterra por 4-0. Tiempo después, en una entrevista en Fox, su análisis sería lapidario: “Fuimos con el miedo de que pasara eso, que te hicieran el gol rápido y pasó. Nos fuimos del partido. Nos llevaron por delante en ganas y actitud. Fue una desgracia el partido que hicimos. Por más vuelta que le busques, no te puede pasar lo que nos pasó a nosotros. No competimos ninguno de los que estábamos en la cancha». 

Lo que quedó fue la ruina. Mientras el Barcelona cambiaba secretarios deportivos, un dirigente analizó en el mítico palco del Camp Nou: “Desde el tridente, Bartomeu entregó la gestión deportiva a la plantilla”. Al presidente, más asociado al básquet que al fútbol, más enroscado en la interna catalana que en el juego, la herencia de mitos le complicó la cancha. “No hacen lo suficiente”, decía Messi, enojado porque no repatriaban a Neymar. El arribo de Antoine Griezmann no extinguía los mambos. El final se redactaba en enero: Sergio Busquets, Sergi Roberto y Piqué le planteaban al mandamás que ya no querían al entrenador. Al 10, nadie le consultó. Él estaba bien con Valverde. Se agrietó con sus compañeros. Se cansó. Trajeron a Quique Setién, a quien los más jóvenes le atribuyeron maltratos. Un gran amigo suyo dice ahora: “Siente que regaló los últimos dos años a un club que no quiere estar en la alta competencia”. 

¿Qué pasa?

“Ciclo cumplido. No hay más vueltas. Insisto: ciclo cumplido. Nuevos aires. Ya habrá tiempo para pensar en lo que se hizo mal y ver si vale la pena contarlo”.

Que se reunía con dirigentes del PSG. Del Inter. Del Chelsea. A Jorge Messi, padre y CEO, se lo ubicó en la última década en montones de geografías negociando el traspaso de su hijo. Nunca ocurría. Todo era un rumor de algún millonario en campaña o de un medio sediento de click. Hasta que fue en serio. El 8-2 contra el Bayern Munich detonó lo que el 10 hacía tiempo pensaba. Con la tercera final consecutiva perdida con Argentina, en 2016, en Nueva Jersey, renunció a la Selección. Pero es argentino y dispuso regresar. Acá era distinto: tercera derrota dura al hilo en Champions y final. 

La dimensión del pasado no trastorna a Messi, según blanquean desde su entorno. No importa si Bartomeu mandó a Koeman a echar a Luis Suárez del Barcelona para marcarle la cancha. Tampoco le interesa que el presidente se quiera medir con él, invitándolo a que dé una conferencia asegurando que no se va si el mandatario renuncia. No quiere dar entrevistas ni grandilocuencias epistolares. Si algo ha protegido de maravilla el astro argentino en toda su carrera es cuidar su condición de sujeto por encima de la de objeto. No se va a regalar en eso. Menos en el medio de una batalla legal que posee coincidencias hasta con contratos de alquileres: la pandemia modificó el calendario, lo que correspondía que expirara en junio sucedió en agosto.El 10 podía irse libre al finalizar la temporada, hizo ese pedido a través de un burofax y la deliberación, ahora, es qué fecha se tiene en cuenta en este mundo atravesado por el coronavirus. Hay dos polos opuestos: se marcha libre o paga la cláusula de 700 millones de euros. Acá se esfuman los romanticismos: la multinacional Barcelona, la empresa Messi y la corporación que quiera comprarlo negociarán y aterrizarán en un punto medio. Hará falta una ingeniería financiera para gambetear el Fair Play (la FIFA controla que un equipo no prometa pagar más de lo que ingresa y así evitar el lavado de dinero): millones y jugadores a cambio. Mientras, perdura un contrato de trabajo no finalizado y mañana debería presentarse a los controles médicos típicos de comienzos de temporada (más los del Covid-19 ). Nadie va a dar flancos ni legales ni políticamente incorrectos. De un lado, que ojalá se quede. Del otro, que me voy, pero con los papeles en regla. Show y burocracia. 

Messi tiene 33 años y quiere competir. Todas las fuentes sostienen la misma hipótesis: “Esto es por el fútbol”. Su futuro parece oscilar entre PSG y Manchester City. Nadie más acumula la plata o la estructura para poder recibir al astro. Por ahora, no hay ningún registro de que los parisinos se hayan acercado. 

Hay tres versiones: la primera, que Messi le escribió a Pep Guardiola asegurándole que se bajaría el salario hasta un tercio con tal de sumarse al Manchester City; la segunda que Jorge, su padre, dialogó con Ferrán Soriano –director ejecutivo de los ingleses– y que éste viajará a Barcelona a negociar con Bartomeu; la tercera, que hasta que no esté resuelta su desvinculación con la entidad catalana nadie negociará nada.

Habrá todavía más versiones. Operaciones por doquier. Realidades que se impongan. El padre del crack aparecerá y desaparecerá de Inglaterra y no por los medios, sino por intereses que dialoguen con lo mediático. Desde este espacio, solamente se pueden confirmar dos datos: se quiere ir a otro club para respirar nuevos aires, para desafiarse como deportista. No quiere detonar la institución: llegar a un acuerdo y ya. No quiere pulsear con Bartomeu, justamente, porque para él esta historia se terminó.  

Lo repiten: se terminó.

¿Quién es Bartomeu?

Hasta el burofax, el momento más difícil de Josep María Bartomeu como presidente del Barcelona fue el 1 de octubre de 2017. Le mandaron un video de su hermana defendiendo una urna de la policía española. Su hijo le avisó que lo habían reprimido en la calle. Intentaban, con otros miles, un referéndum independentista que terminaba con detenidos. “El Barcelona FC es el ejército sin armas de Catalunya”, escribió alguna vez el mítico narrador Manuel Vázquez Montalbán. Todo resonaba en la mente del mandatario, nunca admitido como independentista absoluto, pero simpatizante de esa posibilidad democrática. Al equipo le tocaba jugar con Las Palmas y la primera intención fue suspender el encuentro. La Liga de Fútbol notificaba que perdería los puntos. El plantel presionó para jugar. Resolvieron hacerlo a puertas cerradas. En su discurso oficial, repudió la detención de presos políticos y reflexionó: «No seremos un objeto manipulable por intereses políticos, nadie puede apropiarse de nuestro escudo y nuestra bandera, nadie. Nadie puede confundir tibieza con la responsabilidad». Ese día, el piso se le movió como nunca. 

O como creía que nunca.

Bartomeu, el Lex Luthor de esta historia, promete abandonar el cargo si Messi sale a pedírselo. No sería lógico que pasara: el 10 se quiere ir a otro proyecto. Pero eso no quita que la vida catalana no sufra el cimbronazo. El año arrancó duro para el presidente cuando salió a la luz que había contratado a I3 Venture –una empresa vinculada con Google Analtyics y que alguna vez contrató Marcos Peña– para dañar la imagen de las figuras que desgastaban su línea política: Piqué, Guardiola y el propio 10. Fake news sobre Antonella circulaban por Facebook y eso se sentía como guerra. Tiempo después, él se desmarcaría de la jugada y una auditoría aseguraría que esas iniciativas no habían salido desde el seno del club. Real Madrid, Barcelona, Athletic Bilbao y Osasuna son de los pocos equipos en España que constituyen asociaciones civiles: a Bartomeu se le termina el mandato en 2021 y ya no puede presentarse. Eso no quita que defienda a su sector.

Todo empieza en Joan Laporta. Independentista, cruyffista a muerte y mentor político del mejor equipo de la historia. En 2003, se encaraman el mando: él de presidente, Ferrán Soriano –director ejecutivo del Manchester City– de vicepresidente económico y Sandro Rosell de vicepresidente deportivo. Hasta 2005, todo funciona bien. Luego, se pudre. Rosell, acompañado por Bartomeu, renuncia a la Comisión Directiva. Barcelona termina ganando la Champions League de la mano de Ronaldinho y empieza una breve debacle. Le llamaron “los años de complacencia”: Frank Rijkaard, el entrenador, ya no podía controlar al brasileño, a Deco y a Thiago Motta. La propia familia de Messi asumía que se estaba descarrilando. Los políticos marginados van por el golpe: lanzan una moción de censura contra Laporta y alcanzan el 60,60% de aceptación. Con un problema: la dimisión solo vale con el 66%.

En 2008, Laporta está contra las cuerdas. El sucesor del técnico holandés es un tema complejo. Se da una fuertísima reunión en la que se tensan dos posturas: por un lado, Marc Ingla, ahora director deportivo del Lille, propone traer a Josep Mourinho, un nombre robusto para globalizar la marca Barça; por otro, Soriano (acompañado por Txiqui Bergistain, parte del Dream Team de Cruyff, ahora en el City) apuesta por escuchar a Cruyff, que recomienda darle el poder a Pep Guardiola, DT del Barcelona B. El presidente sigue al Dios holandés. El ex volante central arranca con un empate en tres partidos. En El Periódico, Don Johan escribe en la contratapa: “Este equipo pinta muy bien”. El resto de la historia todos la sabemos.

En 2010, expiran los dos mandatos de Laporta. Rosell reimpulsa la carga y triunfa. Los últimos dos años de Guardiola funcionan con alta rispidez con la nueva vieja política. El entrenador se desgasta y se va a vivir a Nueva York. En el cargo es designado Tito Vilanova, ex ayudante de Pep, y la nave va. El cáncer margina al técnico. Son momentos durísimos para la institución. Culminan con la nominación del Tata Martino al banco de Barcelona, quien se definía como “un paracaidista”. 

La falta de rumbo se resuelve con un nombre sobre la mesa: Neymar. La polémica compra del brasileño desemboca en un escándalo tan grande que Rosell deja el cargo y acaba detenido. Al salir de la cárcel, en 2019, comentará que al entrar le habían dado una caja de preservativos y la recomendación de que se la aguantara. Bartomeu, el vice, encabeza la conducción. Su primera acción es contratar a Luis Suárez. Increíble que lo que fue solución un día sea venganza y desangre luego. Con Luis Enrique como entrenador, el Barcelona brilla. El tridente (Messi, Suárez, Neymar) logra el triplete. Pero no es sólo el uruguayo. Apuestan por Rakitic para suceder a Xavi Hernández, por Ter Stegen y Claudio Bravo para reemplazar a Víctor Valdés. Ese es su último gran acierto.

Entre 2004 y 2010, Barcelona tuvo a Bergistain como secretario deportivo. Luego, a Andoni Zubizarreta hasta 2014. Desde ese año en adelante, con Bartomeu en el poder, hubo cinco personas diferentes al mando. Messi comenzó a desconfiar desde 2017, con la venta de Neymar. 

Bartomeu es un empresario cuyo negocio consiste en manejar la segunda productora de Europa de pasarelas para puertos y para aeropuertos. El negocio lo heredó de su abuelo, quien empezó en el rubro cuando los barcos atravesaban problemas para descargar mercancías en Barcelona. Desde ahí, construyó una fortuna que le permitió sostenerse en el poder que más le interesaba: el club. No tanto desde el fútbol, sino desde una de sus grandes pasiones: el básquet.

La historia lo dejará marcado como el hombre que perdió a Messi. Desde el entorno del 10, aseguran que, antes de mandar el burofax, pretendieron hablar con Bartomeu, pero no lo encontraron. El mandamás replica que luego buscó al astro y nunca lo localizó. Una de las grandes críticas a su gestión del último tiempo es la financiera: los culés tienen el mayor porcentaje de presupuesto en salarios de Europa, con un 70% destinado a la plantilla. 

En este escenario, algunos especialistas en la interna del club señalan algo particular: lo que le queda es ser más catalán, despegarse al mango de Messi y defender las arcas del club. Dividir para triunfar. La estrategia que utilizó entre 2005 y 2010 para acceder al poder. Aunque eso signifique cargarse al máximo ídolo del club.

¿Quién es Koeman?

Estaban en San Sebastián y acababan de ganarle 1-0 al Real Sociedad. Se asomó a la puerta del vestuario y vio que el Mercedes Benz del entrenador estaba estacionado en la puerta. “Nos vamos a Barcelona, el resto se queda”, le anunció, sin preguntarle. Siete horas tardaron y las curvas de Pamplona le dieron alguna arcada. Iban demasiado rápido. Cuando estaban llegando, Johan Cruyff le explicó de qué se trataba: “Estamos yendo directo al hospital porque tu mujer está por dar a luz”. Ronald Koeman sabía que ese entrenador funcionaba como un padre, pero jocosamente trataba de sacarse esa capa: “Los padres te defienden y él siempre me estaba atacando”.

El 31 de diciembre de 1988, Cruyff llamó al holandés Koeman para ofrecerle jugar en el Barcelona. El PSV Eindhoven era un club picante de la época y los catalanes debieron desembolsar lo que hoy serían 6 millones de euros. No arrancaba. Lo pusieron de interior derecho y veía cómo la pelota le flotaba por encima. Fue de volante central y lo bailaron. El entrenador dijo en una conferencia de prensa: “Ronald fue el mejor”. A él no le gustó nada, sabía que lo estaba protegiendo falsamente. Entonces, lo encaró: “No me vuelvas a poner en el centro del campo, es muy jodido para mí”. El mítico técnico rompió el molde: lo puso de defensor, aunque de líbero, en los días en que la línea de tres era más que contracultural. Esa relación de conductor a futbolista fue lo que más lo marcó. Ese es el fuerte del flamante entrenador del Barcelona.

Memphis Depay es delantero del Lyon y es rapero. Tiene 26 años y sobre su espalda cae la herencia de los Van Basten y de los Van Nisterlooy. Tras quedarse afuera del Mundial de Rusia, la Selección de Países Bajos corrió sobre los brazos de Koeman para que la reformara. Antepuso juventud sobre edad y marginó a los míticos Arjen Robben y Wesley Sneijder. Su manera de vincularse con los nuevos fue tan simpática como dura. En una conferencia, le consultaron por los movimientos de su nuevo centroatacante. No dudó: «Es agradable cuando juega de delantero, pero si no tenemos el balón, debes asegurarte de poner a esos defensores bajo presión. Tienes que ser Lionel Messi para poder caminar cuando te convenga…». Los resultados le dieron un viento a favor: ocho partidos para la Eliminatoria de la Eurocopa 2020 –aplazada a 2021–, ganó seis, empató uno y perdió uno (3-2, contra Alemania). Se clasificaron. Fue subcampeón de la Copa de las Naciones 2019, perdiendo la final contra Portugal. Aquí un buen análisis de su equipo.

–¿No convendría replantear el modelo?
Eso nunca. Puede haber variables, pero el modelo es incontestable. Holanda siempre ha jugado para el espectador, de forma muy ofensiva, con un juego muy atractivo. Eso ya es un triunfo. Siempre hemos escogido el camino más difícil hacia la victoria, la forma más complicada de ganar. Hay otras selecciones que han adoptado el camino contrario, equipos que defienden y esperan al rival. Muy bien. Ese no es nuestro estilo, aunque eso signifique que nuestras posibilidades se reduzcan. El fútbol es un juego. Nosotros disfrutamos con la pelota y nos gusta atacar. 

La entrevista fue en la previa del Mundial de Brasil. Louis Van Gaal rompía con el estilo, cambiaba el sistema al abroquelamiento defensivo y modificaba los clásicos 4-3-3 y 3-4-3 al 3-5-2. Llegaría hasta la semifinal, golpeó en el comienzo a España (5-1), zafó en octavos contra México, apenas superó en cuartos a Costa Rica por penales y cayó con Argentina en semi, desde los doce pasos. Sin embargo, a Koeman no le impactó. Su memoria guardaba una posibilidad de ruptura de la que se hacía cargo: a finales de la década del 80, Rinus Michels, el director técnico de la Naranja Mecánica, padre de Cruyff, había vuelto al mando de la Selección de Holanda, modificando el esquema a 4-4-2. “Fue una decisión inteligente. La pizarra no puede esclavizarte siempre, debes saber adaptarte a las circunstancias y los futbolistas que tienes. Jugábamos con un hombre menos en ataque, pero los que venían desde atrás, como Ruud Gullit, tenían mucha más libertad de movimientos y podían sorprender”, reflexionaba Koeman. 

Esas libertades para quebrar el dogma que se da Koeman no le quitan la pertenencia por dos razones: la primera, es holandés; la segunda, el 20 de mayo de 1992, en el minuto 111, metió el gol de tiro libre que le permitió al Barcelona conquistar su primera Champions League. Es decir: se ganó el cielo. 

Koeman es un símbolo holandés: es el único entrenador que trabajó en los tres grandes, PSV, Ajax y Feyenoord. Sus salidas al exterior oscilaron: en Inglaterra, brilló en Southampton y en Everton, logrando en ambos casos clasificarse a la Europa League; en España, se fue con escándalo del Valencia, con una frase de lo más picante: “Joaquín llegó valiendo 30 millones de euros y ahora vale 30 euros”. No hace tanto, manifestó: “Messi es el mejor de la historia. Por encima de Pelé, de Maradona y de Johan”. O en los grandes días de Guardiola en el Camp Nou: “Pep es mejor entrenador que Cruyff”. Las aseveraciones rimbombantes son parte de su ADN. Una herencia.

Es holandés, es ídolo del Barcelona y es un expositor perspicaz, pero vive con un asterisco. David Winner, periodista que escribió el libro Brilliant Orange, una suerte de biografía de la pelota de los Países Bajos, detalla esta idea: “Sigue los conceptos principales de Cruyff. Juego de posición, juego de pases, movimientos colectivos para generar espacio para gambetas. Pero él fue defensor. Mira desde ese lugar. No es que eso lo vuelva Mourinho, pero sí es más práctico y más flexible que la escuela del Barcelona. Creo que eso es lo primero que intentará modificar: darle estabilidad desde atrás”.

En abril, Koeman habló del Barcelona como entrenador de la Selección de su país. Le preguntaron qué veía y remarcó dos problemas: falta de intensidad y de dominio. “Nada es eterno y hay que saber renovarse”, remarcó, ya sabiendo que Quique Setién iba en derrumbe. Dejaba una pista clave sobre un jugador al que solía convocar a Holanda: “A De Jong le perjudica no estar jugando en su puesto natural”.

Frenkie de Jong tiene 23 años y logró lo que Javier Mascherano no pudo a los 26: correr a Sergio Busquets. En 2017, Francisco Valverde fue el primero que puso en discusión el poder exclusivo del volante central que parió Guardiola. Puso 4-2-3-1, repartió el centro con Iván Rakitic y ya no fue lo mismo. Setién heredó la idea, con el joven holandés como refuerzo. Los dos coincidían con la hipótesis que también repetía una de las figuras del Barcelona: “La distancia entre él y los defensores es algo que no llega a cubrir”. La última versión, en el 8-2 contra Bayern Munich, exhibió como nunca la incomodidad del mediocampo repartido. Bartomeu declamó que el histórico mediocentro no era intransferible. Koeman le anunció que tendría menos minutos. “Creo que edificará el equipo desde De Jong, poniéndolo delante de los centrales”, cierra Winner.

El heredero vuelve a casa. Con asteriscos y con decisiones que rompen el escenario. No estaba en sus planes quedarse sin Lionel Messi, aunque sí quería mover a Luis Suárez. Cruyff decía que el entrenador tiene que ganar un centavo más que el mejor pago porque ese es el primer paso para poder gobernar. Mientras dirigía al Barcelona, Van Gaal se peleó con Rivaldo y concluyó: “A mí me gusta el Rivaldo de antes de su elección como mejor del mundo. No ha demostrado compromiso con el club”. Koeman no pensaba entrar en puntas de pie. Ahora tiene el guante de hierro. 

Pizza post cancha

  • Mañana a las 15 se jugará la final de la Champions femenina entre Wolfsburgo y Lyon. Delfina Corti me parece una pluma clave a seguir en estos temas. Acá metió unos perfiles de lujo: Kheira Hamraoui y Pernille Harder.
  • All or Nothing es la serie documental que saca Amazon sobre el primer año de Mourinho en el Tottenham. Sale en los próximos días.
  • Para quienes aman los mercados de pases, esta guía de The Guardian te cuenta quién llega y quién se va en las cinco ligas top de Europa.
  • Ayer fue el aniversario de la muerte del escritor Isidoro Blaistein. Este cuento con tintes futboleros es una joyita.

Hoy, a las 12.30, juegan Arsenal vs Liverpool por la ida de la Community Shield. Va por ESPN. Ya estamos por entrar al mes donde vuelve el fútbol argentino. El 15 de septiembre arranca la Libertadores y el 17 debutan nuestros equipos. Así que empezá a comerte las uñas.

Esto fue todo.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.