Un momento de monedas girando en el aire

En un escenario de fuerte incertidumbre producto de la pandemia, el mundo entero está esperando que se devele el misterio sobre cuál será el norte ideológico de las próximas décadas.

Al análisis político le encanta narrar el mundo en términos de “giros”. Le encanta hablar de giros a la izquierda, giros a la derecha, avances, retrocesos, marchas y contramarchas. Le encanta también imaginar que la política latinoamericana, e incluso la del mundo, se mueve en “olas” con una fisonomía ideológica clara y distinta. Sin embargo, el momento actual se parece más a una situación en la que no hay olas, sino un conjunto de rápidos o remolinos, sin que se sepa (¿aún?) a dónde pueden ir a parar todos los botes que están dando vueltas. O, para volver trabajosamente a la otra metáfora que puse en el título, estamos en un momento en el que fueron lanzadas muchas monedas al aire, y estamos esperando a que caigan. 

Es cierto que, a grandes rasgos, venimos de tres décadas caracterizadas por “giros” regionales. Puede decirse (y muchos lo han dicho) que Latinoamérica “giró a la derecha” durante los noventa, cuando la mayoría de los países de la región se comprometieron en la “utopía tecnocrática”, como dijo Kenneth Roberts, del Consenso de Washington, y en un camino de reformas estructurales perpetuas. La implosión de ese sueño forjado en una red de organismos financieros internacionales, universidades norteamericanas, think tanks y fundaciones latinoamericanas, y ministerios de economía (cuatro ámbitos por donde circulaban los mismos economistas, abogados administrativistas y técnicos, como bien relata Francisco Panizza en su libro sobre la década del noventa) posibilitó el contra-giro de la izquierda “rosada” de principios del siglo XXI, con sus momentos de “No al ALCA” y sus presidentes obreros, indígenas, mujeres, expresas políticas. Como bien señalan Roberts y Steven Levitsky en su libro sobre el giro a la izquierda latinoamericano, en el 2011 más de la mitad de los habitantes de la región vivían bajo un gobierno de izquierda, ya fuese partidaria o populista. Pero claro, a partir del 2012 otras voces festejaron la muerte del populismo y el contra-contra-giro a la derecha.

Es cierto que esos “giros” y las “olas” que de ellos nacieron nunca fueron totales y completas. Algunos países nunca giraron: Colombia es un ejemplo de un país cuya política nacional no estuvo ni está organizada en el eje izquierda/derecha, y donde toda la clase política hace décadas comparte un consenso sobre la inevitabilidad de la alianza estratégica con Estados Unidos, y sobre la incompatibilidad con políticas distributivas. Ese consenso compartido por la totalidad de las clases políticas es el que está siendo desafiado en estos días por el Paro Nacional colombiano. Perú es otro ejemplo. Max Cameron lo sintetizó perfectamente con el título de “Perú, la izquierda que no fue”: tuvo una serie sucesivos presidentes que, electos con plataformas reformistas, fueron inmediatamente reducidos a la impotencia una vez que asumieron. 

Sin embargo, aún así fue posible ver una pendulación regional, aun con matices. Esa claridad no se ve en el momento actual. Y esto aumenta mucho la incertidumbre. Las voces gritan: “¡Giro a la derecha, nuevo giro a la derecha!”, “¡Ganó Ayuso en Madrid y Lasso en Ecuador!”. Otras replican: “¡Perdió el macrismo en Argentina!”, “¡Ganó el MÁS en Bolivia!”, “¡Giro a la izquierda!”, “¡Giro a la izquierda!”.

Esta confusión es empeorada por dos factores. 

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El primero es el fracaso del giro a la derecha post-populismos de izquierda en la región. Al decir “fracaso” no quiere decirse que todos los gobiernos de derecha latinoamericanos hayan fracasado. Algunos lo hicieron de manera estrepitosa, como Jeanine Áñez en Bolivia, y otros lograron un empate, como Lenin Moreno en Ecuador. Se refiere a que no surgió un modelo de gobernabilidad “de derecha” aceptado y atractivo, victorioso, exportable como fue el de los primeros noventa. Sus “mejores alumnos” se sacaron varios bochazos: Sebastián Piñera en Chile, Mauricio Macri en Argentina, y ahora también Iván Duque en Colombia, nunca lograron llegar al grado de apoyo y hegemonía de la que pudieron vanagloriarse en sus mejores momentos un Menem, un Fujimori o un Salinas de Gortari. Jair Bolsonaro, que parecía que podía llegar a convertirse en el faro o el líder de la derecha latinoamericana, y con vínculos con su pares de Estados Unidos, acaba de sufrir un revés tremendo con la virtual remoción de las condenas al expresidente Lula da Silva. Luis Lacalle Pou no parece tener un volumen propio fuera del territorio uruguayo.

Por otra parte, tampoco es claro que esté sucediendo un “giro a la izquierda” total. El gobierno de Alberto Fernández tiene problemas para imponer su agenda, y su oposición (incluyendo, claro está, a la Corte Suprema de Justicia) tiene mucha más capacidad de bloqueo de lo que tuvo durante la presidencia de su antecesora. La izquierda chilena está fragmentada. El PT brasileño no es el partido de masas que era hace treinta años. Cada uno está tratando de capear sus propios temporales en sus países. 

El segundo factor es la ausencia de un norte ideológico internacional claro. A diferencia de los ochenta, cuando Reagan y Thatcher le dijeron al mundo “es por ahí, y al que no le gusta, tabla”, el mundo también está barrileteando. Pocas horas después de las elecciones de Madrid se publicaban notas sobre cómo la victoria de Isabel Díaz Ayuso y la humillante derrota de Pablo Iglesias marcaron el camino para el ascenso de un nuevo tipo de líder de derecha en la región (algunas de ellas escritas por autores que tal vez hace cuatro meses ignoraban casi todo de la política madrileña), es cierto.  Pero también hemos leído notas optimistas sobre cómo la victoria de Joe Biden en Estados Unidos está soplando un renovado aire de keynesianismo en el mundo. (A otros populistas de derecha, como el italiano Matteo Salvini, no le ha ido bien en las últimas elecciones, y dos casos extremos de populismo de derecha, Jair Bolsonaro y el indio Narendra Modi, han sufrido pérdidas de popularidad por su actitud de laissez faire frente a la pandemia.) 

En síntesis, el panorama es de gran incertidumbre. Es más, la propia incertidumbre aumenta la polarización política. Ningún resultado final parece puesto, y la victoria propia y la derrota ajena parecen estar ahí, al tiro de la mano. Los contendientes ideológicos tienen muy pocos incentivos para negociar, para buscar un medio que no aparece como atractivo ni eficiente. Con solo un empujoncito más, puede hacerse caer al otro y subirse uno.

Frente a esto, ¿qué hacer? Primero, en las inmortales palabras de Roberto Fontanarrosa: tranquilidad, delantera en “v”, y pases cortos. No apurarse con los análisis, no celebrar antes de tiempo ni deprimirse antes de que llegue la mañana. 

Las monedas caerán. Tal vez podamos soplar suavemente algunas para impulsar su trayectoria. Y si no, habrá que seguir cuando las cosas estén más claras. Como siempre. 

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.